Con tropos poéticos podríamos afirmar que nuestra economía camina de sonrisa en sonrisa, dando saltos de alegría. Y no es para menos, lleva 19 meses consecutivos creciendo a ritmo de recuperación, creando puestos de trabajo y conquistando inversiones locales y extranjeras. El informe entregado ayer por el Banco Central de la República a la opinión pública consigna que en agosto la economía creció un 5.4% para situarse, en el período enero-agosto en un 5.5% promedio.
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Detrás de esas estadísticas hay muchas decisiones importantes, buena voluntad y el esfuerzo de productores de casi todos los ámbitos o sectores. Con la excepción de la explotación de minas y canteras, la economía dominicana disfruta de buena salud. Los servicios, con el dinámico subsector turismo a la cabeza, empujan el bienestar, seguidos de las zonas francas industriales y la manufactura local. Incluso el estratégico sector agropecuario, fuente alimentaria de primer orden para consumo local y exportación, exhibe una esperanzadora tendencia hacia el crecimiento. El campo es nuestra gran minería, soporte de nuestra soberanía alimentaria y nacional. Empujarlo, mejorarlo, tecnificarlo y transferirle las mejores prácticas de crianzas y cultivos debe ser una meta esencial del Gobierno central y de las políticas monetarias, fiscales y crediticias.
Los dominicanos debemos recibir con regocijo estos anuncios de mejoría económica en estos tiempos de borrascas y racionales pesimismos. Estos anuncios deben ser, además, estímulos para evitar los descuidos y los errores y mejorar todo cuanto sea mejorable, incluida la necesaria equidad que garantiza la estabilidad social y política.