Cuando intento comprender
la realidad que me rodea
un horrible presagio se adueña de mí:
la hostilidad empieza tan cerca, tan cerca…
que si no despierto me veré obligada
a ser un eslabón más
de un funesto sacrificio…
matar y matar para triunfar eternamente,
alimentándome de la sangre de los demás
pero no de cualquiera,
sólo de aquel que tiene su energía vital intacta
pero aún duerme.
O me convierto en vampiro… o en dios…
no hay otra opción: El ser humano no existe.
Carmen Martínez Martínez
Me han preguntado muchos amigos lectores qué había pasado con la Mu-Kien alegre y optimista de siempre. Dónde había quedado mi discurso esperanzador, pleno de sueños y quimeras. A todos y cada uno de los que me escribieron por las redes sociales o me lo expresaron verbalmente les he respondido parafraseando a Gramsci: el pesimismo es un asunto de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Porque, les seguía explicando, ser optimista no implica, en modo alguno, la negación de la realidad. Podemos taparnos los ojos, vivir nuestro pequeño mundo, pero esa opción egoísta no resuelve los problemas esenciales de esta humanidad que se desgarra como lobos hambrientos.
En el artículo anterior hacía una reflexión sobre la esencia humana: ¿Es la naturaleza humana buena o es mala? He querido encontrar respuestas a estas profundas inquietudes que atormentan mi alma. Busqué en mis notas, hurgué por donde pude. Y comencé a hacer mis propias reflexiones.
Esa simple y gran pregunta ha sido objeto de preocupaciones profundas de los pensadores a través de la historia. Los taoístas, por ejemplo, ofrecieron respuestas ambiguas. Fieles a su pensamiento de que nada es absoluto, solo el Tao, solo EL CAMINO, consideran que la diferencia entre lo bueno y lo malo es difícil de establecer. Porque para estos pensadores chinos ambos elementos forman parte de la condición humana, de la vida misma, bien y mal encuentran su unión y disolución en el Tao mismo, algo de lo que nadie escapa. Ahora bien, dicen los taoístas, la diferencia radica en la capacidad humana de decisión de lo que “se debe hacer” y lo que “no se debe hacer”. Por esta razón, los taoístas, y en general todas las corrientes filosóficas orientales, valoran al ser humano virtuoso, capaz de transitar, venciendo todos los obstáculos por EL CAMINO, que es la vida misma.
En la Grecia antigua, los filósofos también se cuestionaron sobre el tema. Sócrates, el padre de la filosofía, llegó a conclusiones muy parecidas a lo que plantearon los taoístas. Al releer estas ideas, recordé un viejo artículo que me envió hace muchos años el amigo Flavio Darío Espinal, publicado en la revista Vuelta, en el que el gran Octavio Paz afirmaba que los filósofos griegos de la antigüedad no tenían un pensamiento propio, sino que habían tomado las ideas taoístas y confucionistas, adecuándolas a su realidad. Y tenía razón el sabio mexicano. Los diálogos entre Confucio y Mencio, es decir la conversación inteligente entre los discípulos y su Maestro, no era más que la Mayéutica Socrática. ¿Copió Sócrates a Confucio?
Sócrates apostaba al ser humano bueno. Afirmaba que aquella persona calificada como mala lo era sólo por ignorancia, y por tanto esa maldad podía curarse con sabiduría. ¿Tenía razón el filósofo griego? pienso que no. Y para confirmar la conclusión de Paz, Sócrates -como lo afirmaron los taoístas muchos años antes- aseguraba que las nociones de bien y de mal eran innatas al alma humana.
Quise indagar sobre la posición de Platón en relación a la bondad y maldad humana. Localicé un brillante trabajo de Rubén Mendoza Valdés titulado: “El sentido del mal en Platón”, publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México [i]. Afirma el autor del ensayo, que el filósofo discípulo de Sócrates asimilaba el mal al desorden. De lo anterior se deduce que el pensamiento platónico propone una ética del orden; que sólo podría lograrse a través de una justicia eficiente. Para Platón, escribe Mendoza Valdés, la justicia es la fuerza que mueve el orden del alma, y, lógicamente, por tanto, determina su bondad. Pero ojo, para Platón la razón manda y controla la fuerza del valor. La injusticia es, por el contrario, el desequilibrio y el mal.
Platón habla también de la supremacía del alma sobre el cuerpo. El alma buena es aquella cuyas partes mantienen su orden virtual; aquella en que la razón manda y controla las pasiones. La prudencia, afirmaba, hace que la razón pueda actuar con tino e inteligencia.
Aristóteles, por su parte, el otro gran filósofo de la tríada más conocida del pensamiento griego, esbozó su pensamiento sobre el bien y el mal en su famoso libro “Ética a Nicómano”. Influenciado por los taoístas y, por supuesto, por Sócrates, también hablaba como el elemento esencial la virtud humana.
Consideraba que el ser humano virtuoso y honrado debía luchar exclusivamente para hacer el bien, pues ese debía ser su objetivo vital.
Bien, después de este esbozo rápido y general sobre la concepción en la antigüedad oriental y occidental sobre la bondad y maldad humana, ¿qué piensan ustedes? ¿nacemos buenos y la sociedad nos daña? ¿O es una elección libre la bondad, la virtud y la honradez?
Si nos fijamos bien, todos los pensadores aquí señalados, si bien defendían la bondad como la guía para la acción humana, reconocían la existencia de su contrario. La elección de ser bueno era una decisión libre de cada ser humano, según sostienen estos pensadores. Sobre este tema seguiremos en la próxima entrega. Continuaremos la ardua tarea de desmenuzar el pensamiento occidental, así como algunos elementos del pensamiento musulmán esbozado en El Corán. No imaginan lo que estoy aprendiendo indagando sobre este tema que me inquieta desde hace años. Hasta el sábado que viene.
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