Si no hablas,
Llenaré mi corazón de tu silencio
Y lo guardaré contigo.
Y esperaré quieto,
Como noche en su desvelo estrellado,
Hundida pacientemente mi cabeza.
Vendrá sin duda la mañana
Y se desvanecerá la sombra.
Y tu voz se derramará
Por todo el cielo
En arroyos de oro.
Y tus palabras volarán
Cantando
De cada uno de mis nidos.
Y tus melodías estallarán en flores
Por mis profusas enramadas. R. Tagore.
Hoy el mundo necesita más que nunca una vuelta a la contemplación… A. Hortelano. La imagen de Dios había estado revestida frecuentemente de múltiples ropajes: nuestros miedos e inseguridades, nuestros intereses y sistemas, nuestras ambiciones e inseguridades, impotencias, ignorancias y limitaciones; para muchos, Dios era la solución mágica para todos los imposibles, la explicación de todo cuanto ignorábamos, el refugio para los derrotados e impotentes. Ignacio Larrañaga.
Creo que estamos en la temporada ideal para repensar nuestra propia espiritualidad, sobre todo en esta sociedad caracterizada por el hedonismo, el consumo desmedido, la apariencia y el vulgar TENER. Entonces, intentando sobrevivir en esta selva de cemento, con animales salvajes montados en tanques de hojalata, se impone una introspección profunda, una búsqueda de nuevos caminos para vivir mejor.
Conocí a Ignacio Larrañaga gracias a mi buen amigo Frank Luis de la Cruz. En unos momentos difíciles que vivía, me llevó un pequeño libro de oración que se llama “Encuentro”. Lo comencé a leer y cambió mi vida. Desde entonces, me hice una devota de Larrañaga. He leído varias de sus obras y he seguido algunas de sus instrucciones prácticas para orar en medio de la vorágine existencial.
“Muéstrame tu rostro. Hacia la intimidad con Dios” es uno de los libros más hermosos que ha escrito Larrañaga. Intenta descubrir la presencia de Dios en medio de una sociedad materialista, en la cual amplios segmentos de la población buscan el sentido de sus vidas en las drogas.
“Hay en nuestros días ciertos hechos que son verdaderos signos de interrogación. ¿Qué significa, por ejemplo, el consumo alarmante de narcóticos…? En tan complejo fenómeno hay ciertamente evasión, alienación, hedonismo. Pero, según eminentes psicólogos, hay también una fuerte aunque oscura aspiración hacia algo trascendente, una búsqueda instintiva de sensaciones intensas que solo se logran en algunos estados contemplativos”. (p.13)
Considera el padre Larrañaga que esta situación no es más que una expresión de la falta de la espiritualidad. Sin embargo, también dice el pensador-filósofo-teólogo, el vacío existencial de las sociedades occidentales ha provocado que en muchas comunidades penetren movimientos orientalistas “de personas de toda condición que, por medio de métodos psico-somáticos, intentan llegar a fuentes experiencias religiosas. En cualquier lugar improvisan un club, organizan sesiones formales e informales, periódicas o esporádicas en las que se ejercitan en la concentración de las facultades interiores para una meditación de total recogimiento.”(p.14)
Estos hechos demuestran que el consumo desmedido y el materialismo insospechado no pueden satisfacer las necesidades espirituales de los seres humanos, porque desde siempre, la historia ha demostrado que los seres humanos, la humanidad toda entera ha necesitado un alimento para el alma. Al principio de la vida, los fenómenos meteorológicos se explicaban por la divinidad. Después aparecieron las religiones politeístas. Y luego aparecieron los cristianos, solitarios, excluidos y destruidos.
Y como bien dice Larrañaga algo está ocurriendo en nuestra propia Iglesia Católica. ¿Qué está pasando? El autor se responde y dice: “no es ningún secreto para nadie que, entre los hermanos y hermanas, la vida de fe y oración había descendido a sus niveles más bajos en estos últimos años”. (P. 15)
Soy de las que piensa que esta sociedad está perdiendo su alma. He aprendido a acariciar mi corazón para no sucumbir a la simple vanidad. Estoy convencida de que debemos mirarnos a nosotros mismos. Iniciar el camino hacia la introspección. Viajar por nuestra alma y repensarnos como seres humanos. Dar el primer paso hacia la “búsqueda interminable de una plenitud que nunca llegará”. (P.19) Llegar a nuestro propio destino espiritual, para llegar al universo de Dios, “que como centro de gravedad ejerce una atracción irresistible sobre él, y cuanto más se aproxima a ese Universo, mayor velocidad adquiere”.
Nuestra alma tiene capacidades espirituales que por estar dormidas no imaginamos cuán profunda puede ser. “Dios ha depositado en el fondo de nuestra vida un germen que es don-potencia, capaz de una floración admirable. Es una aspiración profunda y filial que nos hace suspirar y aspirar hacia el Padre”. (P.20)
Orar no es rezar de memoria unas palabras escritas por otros. Orar es mantener un diálogo silencioso con Dios. En comunicación constante. En el silencio se escucha la vida, los latidos del corazón, con los ojos cerrados se vislumbra el horizonte y se renuevan las esperanzas.
“En la vida interior ocurre otro tanto. La gracia es esencialmente vida y presta al alma la facultad de reaccionar dinámicamente bajo los dones de Dios, de moverse hacia Él, conocerle, directamente, tal como Él se conoce, amarle tal como Él ama. En una palabra, esta gracia-vida, establece entre Dios y el alma una corriente dinámica, correspondencias de conocimiento y amor”. (P.24)
Larrañaga dice que al dejar de orar, dejamos que el espacio del alma se llene de otras cosas, que se pierda la gracia. Entonces volvemos al mundo de los autómatas, de los hedonistas, de los materialistas, a los frustrados, a los desesperanzados.
No crean que mi vida espiritual es tan rica como quisiera. A veces me veo envuelta en la vorágine de la cotidianidad y el cansancio me impide entablar mi diálogo silencioso con Dios. A veces rezo y me obligo a repetir de nuevo la oración para sentir en mi corazón, en lo más profundo de mi corazón, todas y cada una de las palabras.
Eso sí, trato de buscar mi escudo protector, mi resistencia de esta sociedad que te absorbe, y busco, en lo más profundo de mis entrañas y mi alma, la presencia de Dios para encontrar la paz, la esperanza y la fuerza de poder seguir. Amén. Nos vemos en la próxima.