En la mañana del domingo 19 de diciembre de 1965 cuatro francotiradores militares, encima de la azotea de una edificación contigua al cementerio municipal de Santiago, dispararon a una multitud en la que sobresalía la presencia del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, quien encabezaba una ofrenda floral ante la tumba del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, al conmemorarse el séptimo mes de su caída en combate intentando recobrar el Palacio Nacional en manos de tropas extranjeras.
La agresión contra este acto solemne, perpetrada desde el edificio que albergaba al conocido restaurante Oriente, ocurrió poco después que el exministro Héctor Emigdio Aristy Pereyra pronunciara un emotivo panegírico resaltando el patriotismo de Fernández Domínguez como creador del “Movimiento Enriquillo”, una agrupación clandestina de oficiales y clases que organizó -en el ámbito del cuartel- la conspiración militar para derrocar el Triunvirato y restaurar el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch.
Aquel domingo, el coronel Caamaño había llegado a Santiago antes de las siete de la mañana, pues sería la personalidad pública más notable en la misa que -a intención de la viuda Arlette Fernández y familia- se oficiaría en la parroquia Nuestra Señora de La Altagracia en memoria del finado oficial.
A este acto religioso asistían varios dirigentes municipales del partido blanco, entre ellos el amigo José Ovalle Polanco, secretario general de la Juventud Revolucionaria Dominicana en esa ciudad, quien estaba en contacto continuo con el profesor Bosch y la alta dirigencia perredeísta, para mantenerlos al tanto del desarrollo de los acontecimientos.
Sin embargo, pasarían desapercibidos para la prensa, cuyo interés noticioso se había concentrado en las figuras militares o civiles con aura de heroísmo, en busca de útiles primicias sobre las sonadas batallas acaecidas durante la guerra de abril, recién finalizada, o en torno a las controversiales resoluciones que adoptaron sus líderes para poner fin al conflicto armado.
Allí estaba el jefe de los “hombres-ranas” y ministro de las Fuerzas Armadas constitucionalistas, Manuel Ramón Montes Arache, junto al jefe de Estado Mayor Juan Lora Fernández y los coroneles Héctor Lachapelle Díaz, Armando Sosa Leyba, Jorge Gerardo Marte Hernández, mayores Sucre Féliz, Miguel Ángel Calderón Cepeda, Rafael Ubiera Padua, los capitanes Mario Peña Taveras, Lorenzo Sención Silverio, Jesús de la Rosa y el teniente rana Aníbal López.
Entre los civiles se destacaban el exvicepresidente Segundo Armando González Tamayo, el excanciller Jottin Cury Elías y los doctores Salvador Jorge Blanco, Hugo Tolentino Dipp, Diego Emilio Bordas Hernández, Pedro Manuel Casals Victoria y Euclides Gutiérrez Félix.
Al finalizar la misa, se desplazaron hasta el cementerio municipal para unirse al homenaje programado por los constitucionalistas ante la tumba del coronel Fernández, donde fueron agredidos por cuatro francotiradores vestidos de civiles, que portaban fusiles FAL que manejaban con innegable habilidad militar.
En este lugar la concurrencia pudo apreciar la valiente y firme respuesta dada a los provocadores por la escolta del coronel Caamaño, a la cabeza del teniente Víctor Bisonó, quien subió al techo de un edificio contiguo al camposanto y desde allí alcanzó con formidable puntería a uno los atacantes, provocando con su heroica acción el retroceso de los demás que se marcharon presurosos y dejaron abandonadas sus armas.
El capitán constitucionalista Lorenzo Sención Silverio reveló que la acción agresora fue ejecutada por guardias vestidos de civiles y que el panteón de Fernández Domínguez había sido minado con poderosos explosivos y una granada antitanque que se puso allí para detonarla mediante un disparo, para hacer volar el automóvil en que viajaba Caamaño. Y una versión parecida la ofreció el coronel policial Dante Canela Escaño, quien especificó que dichos explosivos eran tres bombas de tiempo que aunque no hicieron explosión, si evidenciaron el objetivo terrorista contra el líder de la Revolución de Abril.
En principio Caamaño creyó que esa provocación era un hecho aislado, pues nadie podía pensar que estuviese envuelto algún estamento militar porque en ese momento se estaba negociando con el ministro de las Fuerzas Armadas, comodoro Francisco Javier Rivera Caminero, la aceleración del proceso de reintegración de los militares constitucionalistas a las unidades regulares de las instituciones castrenses, aunque éste había puesto como condición la depuración de la nómina, por parte de una comisión oficial antes de ejecutar ese proyecto.
La iniciativa había sido tomada por el presidente provisional de la República, doctor Héctor Rafael García-Godoy Cáceres, para dar cumplimiento al Acta de Reconciliación Nacional que puso fin a la guerra civil. Sin embargo, desde el 14 de octubre, su aplicación se desarrollaba con mucha lentitud y los militares constitucionalistas estaban concentrados en la llamada «Brigada Mixta General Gregorio Luperón», situada en el campamento 27 de Febrero, en la margen oriental del río Ozama, en donde permanecían acuartelados y sometidos a la discriminación de los mandos castrenses.
Los únicos constitucionalistas que disfrutaban de cierta distinción y algunas consideraciones eran unos 70 soldados que estaban realizando trabajos policiales, bajo las órdenes del coronel Jorge Gerardo Marte Hernández, como custodias de los bancos comerciales y de las principales tiendas de tejidos y zapatos de la zona colonial.
Según parece, cuando decidió viajar a Santiago, el domingo 19 de diciembre, Caamaño confiaba en que no habría escollo en el ámbito militar por la aparente receptividad del comodoro Rivera Caminero a la iniciativa presidencial de la reintegración; pero olvidaba que éste era un individuo de accionar militar un tanto contradictorio, pues cuando se inició la sublevación de los oficiales y clases en el campamento 16 de Agosto, tras el arresto del jefe del Ejército, general Marcos Rivera Cuesta, se mostró neutral en torno a ese suceso, aunque poco más tarde estaba en actitud negociadora con el presidente provisional, doctor José Rafael Molina Ureña.
Sin embargo, cuando se enteró de sus primeros decretos, nombrando al teniente coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez, ministro de las Fuerzas Armadas de su gobierno y tendentes a propiciar el rápido retorno al poder del profesor Bosch, el comodoro Rivera Caminero decidió cambiar de bando, uniéndose al general Elías Wessin y a la cúpula militar de San Isidro que controlaba los aviones y los tanques de guerra.
Era obvio que cuando Caamaño decidió viajar a Santiago, no había analizado el hecho de que el gobierno de García-Godoy, con el concurso del coronel José de Jesús Morillo López, hacía poco tiempo que había logrado desarticular un plan macabro para asesinar al profesor Juan Bosch el 25 de septiembre en el aeropuerto Internacional de Punta Caucedo, cuando descendiera del avión que lo traía desde Puerto Rico, después de dos años de exilio.
Ese complot fue confirmado tres meses más tarde en un análisis noticioso de primera página publicado en el periódico “The New York Tribune”, de fecha 22 de diciembre, escrito por el periodista Bernard L. Collier, que decía “que funcionarios de los Estados Unidos tenían la información de que elementos del ala derecha, tanto en Santo Domingo como en Santiago, estaban preparando conjurar contra la vida del expresidente Juan Bosch”.
Debido al ambiente enrarecido que se vivía en el país, el presidente García-Godoy trató de disuadir al líder constitucionalista para que suspendiera el viaje a Santiago, pues se había enterado de la existencia de grupos militares que estaban decididos a aprovechar la primera oportunidad que se le presentara para provocar desórdenes, con el fin de obstaculizar la reintegración de los constitucionalistas a los cuarteles.
Además, se estaba desarrollando, en esa misma semana, una fuerte y peligrosa confrontación verbal entre Bosch y el referido jefe militar, quien llegó a asegurar públicamente que existía una cárcel privada en la nueva residencia del líder político ubicada en el kilómetro siete y medio de la carretera Sánchez, en Santo Domingo.
Lo más grave de esa denuncia fue que Rivera Caminero afirmaba que por disposición del profesor Bosch, en esa cárcel habían estado encerrados tres oficiales de las Fuerzas Armadas que realizaban labores de vigilancia; eran ellos, el primer teniente del Ejército Nacional, Serafín Vidal de León, el alférez de navío Brito Feliciano y el capitán de navío Vidal Caminero, quienes además de ser recluidos en una “solitaria”, habrían recibido amenazas de muerte.
Luego de esa acusación contundente contra Bosch, hecha por Rivera Caminero, la consultoría jurídica de las Fuerzas Armadas sometió a la justicia al expresidente, “por violación de los artículos 341 al 344 del Código Penal”, y le anexó la imputación de que los organismos de seguridad habían visto dentro de su residencia a un grupo de mujeres que preparaba más de 500 bombas molotov.
Era extraño que a la hora de realizar el viaje a Santiago, Caamaño no reparase en ese tenso ambiente político-militar, ni en la sistemática ocurrencia de hechos luctuosos como la muerte de un marino llamado Isidro Núñez Ulloa, natural del municipio de Guananico, que perteneció al comando de San Antón durante la contienda bélica y apareció asesinado en su hogar el 27 de septiembre de 1965.
Tampoco tomó en cuenta un suceso más reciente, como era el secuestro y posterior asesinato del mayor constitucionalista Luis Androcles Arias Collado, perpetrado el lunes 1ro. de noviembre, aún cuando por ese hecho se viera obligado a denunciar la existencia de un “pequeño grupo” militar que había sido el responsable del rapto que se ejecutara en un carro Rambler, color verde, a plena luz del día y bajo la mirada incrédula de varios testigos que fueron posteriormente interrogados por el procurador fiscal del Distrito Nacional, licenciado Ricardo Francisco Gaspar Thevenin.
Por ese crimen, el líder constitucionalista había dado la voz de alerta sobre posibles agresiones contra los militares que integraban la brigada mixta “Gregorio Luperón” y advirtió que éstos “no se iban a dejar matar”; por lo que proclamó su rechazo a un posible plan criminal urdido por sectores de la extrema derecha.
A esa realidad se le añadía el peligroso incidente en las inmediaciones del puente Duarte que se diera en esos días entre soldados constitucionalistas y miembros de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP), cuando una unidad motorizada del organismo de intervención, integrada por unos 30 soldados estadounidenses armados de ametralladoras calibre 70, granadas y fusiles, interceptó a un jeep donde viajaban cinco miembros del comando elite de «hombres ranas», en compañía del señor Domingo Mariotti, asistente del profesor Bosch, exigiéndoles desocupar ese vehículo por ser de su propiedad.
El oficial superior de los hombres ranas, mayor Miguel Ángel Calderón Cepeda, ordenó a sus soldados ponerse en posición de combate, al tiempo que discutió la situación con el comandante de la fuerza de intervención extranjera, haciéndole entender que tenían potestad sobre el vehículo, porque -según alegó- «era material de guerra» obtenido en combate. Y posiblemente ese sólido argumento, más la presencia allí de la prensa internacional, evitó la ocurrencia de la primera gran tragedia después de la guerra.
El ataque al hotel Matum
Luego de la patética escena del cementerio, Caamaño y su comitiva se dirigieron al Hotel Matum, donde se serviría un desayuno y donde pensaban permanecer un buen rato, porque habían programado pasar varias horas en la ciudad de Santiago, ya que el Coronel de Abril se había comprometido a asistir a un almuerzo en honor a los luchadores constitucionalistas que se brindaría en la residencia del hacendado Silvestre Antonio Guzmán Fernández, situada en la avenida Francia, próximo a la calle Del Sol.
Este dirigente del partido blanco había sido una figura clave en las negociaciones hechas con representantes del gobierno de los Estados Unidos y de la OEA, para ponerle fin a la Guerra de Abril y dar inicio a la pacificación y reconciliación nacional por medio de un gobierno provisional, que rehusó presidir por estar en desacuerdo con las condiciones exigidas por el sector conservador, respecto a las deportaciones y prisiones políticas.
Pero ocurrió que mientras el coronel Caamaño y sus acompañantes desayunaban en el comedor del hotel, a eso de las nueve de la mañana, un contingente armado, integrado por militares de la Fuerza Aérea Dominicana, se acercó al lugar en actitud agresiva y rodearon el perímetro. Y casi de inmediato, de modo sorpresivo comenzaron a disparar intensamente con armas pesadas, ametralladoras calibre 50 y 30 y con fusilería automática desde el monumento de los héroes de la Restauración, ubicado a unos 350 metros del lugar.
Los tiros dieron contra la pared del comedor y los ocupantes del hotel tuvieron que lanzarse al piso, para protegerse de las ráfagas asesinas. Estos eran alrededor de mil personas, entre visitantes y huéspedes, incluyendo unos 18 ciudadanos norteamericanos.
Ante la gravedad de la situación, el líder constitucionalista optó por la defensa, ordenando a sus hombres ponerse en posición de combate; aunque no sin antes disponer que las mujeres fueran llevadas a sitios más seguros dentro del hotel. Por lo cual, fueron subidas a la segunda planta, donde permanecerían desde las 10 de la mañana hasta las 4:30 de la tarde, escuchando temerosas el fuego casi continuo que palpitaba en sus oídos.
En ese momento, con el reto de encarar la situación y proteger a sus acompañantes, el coronel Caamaño puso a sus soldados en posiciones de defensa, para que respondieran el ataque de modo racional, ya que no contaban con armas suficientes para vencer a sus poderosos adversarios, que eran aproximadamente 350 soldados, operando cuatro tanques de guerra, varias tanquetas, cañones y modernos fusiles; además de tener la protección de dos ametralladoras pesadas 50, instaladas en el monumento, y de los aviones de combates P-51 que aterrorizaban a las mujeres con vuelos rasantes sobre el hotel.
El capitán constitucionalista Lorenzo Sención -testigo y combatiente en este evento histórico- explicó a la prensa tiempo después que los miembros de la brigada mixta Gregorio Luperón viajaron a Santiago portando pistolas y revólveres, con apenas once subametralladoras Thompson que se quedaron en su mayoría dentro de los baúles de los vehículos estacionados en el parqueo del hotel porque nunca se contempló la posibilidad de combatir. Pero por suerte estaban muy bien entrenados, especialmente el cuerpo élite de “hombres ranas”, lo que permitió que desde el principio de la confrontación se mostraran resistentes y ofrecieran buena batalla para inutilizar los potentes pertrechos de sus contendientes.
Por eso, después de seis horas de ruda confrontación, el resultado fue totalmente desfavorable para los soldados agresores que perdieron 70 combatientes, mientras que por el sector constitucionalista sólo cayeron el coronel Juan Lora Fernández, jefe de Estado Mayor, y su asistente, sargento Domingo Antonio Peña Liriano, mejor conocido por el apodo de Peñita. También murieron 16 civiles y hubo varios heridos, entre ellos el mayor constitucionalista Sucre Féliz con lesiones en el vientre. Fue operado en la clínica Doctor Dinzey de la ciudad de Santo Domingo.