Dormían en sendas hamacas colgadas en una enramada. Durante el día les llevaban agua y comida. Realizaban sus necesidades fisiológicas y movían los desechos con una pala. Contaban con el chorrito de un pequeño río para el aseo. Al cabo de cuatro días, Caamaño planteó a Napoleón Núñez:
-Quiero que te quedes en la guerrilla.
-Compañero, si es indispensable, lo hago. Ahora bien, entiendo que lo correcto es que, con mis relaciones, sirva como intermediario para comunicar, crear conciencia, conseguir abastecimiento.
-Tienes razón, le respondió el coronel.
El intrépido Napoleón Núñez recrea uno de los diálogos que sostuvo con Francisco Alberto Caamaño en un campo de entrenamiento en Cuba, donde fue a solicitud del líder para preparar una avanzada en República Dominicana contra el Gobierno de Joaquín Balaguer.
“A partir de esa conversación entramos en detalles del envío de gente que él necesitaba: con conocimiento del campo, capaz de recibir instrucción militar”.
Caamaño se comunicaría con Núñez y le enviaría dinero para esa operación. “Le expresé que ese movimiento solo podía triunfar si estaba avalado por algo que acercara a sectores sociales de la población y que existieran condiciones políticas propicias”. Le contestó que todo eso se había contemplado.
“Hacíamos recuento de cuanto había pasado en el país, comentamos que Los Palmeros estaban en una situación bastante difícil”, relata.
Núñez no solo se reunía con Caamaño sino con cubanos vinculados a sus proyectos como Barbarroja, quien lo recibió en su casa.
La historia de Polón en Cuba se asemeja a novelas de corte policial, de suspenso. Previo a su encuentro con Caamaño vivió en La Habana con otros dos dominicanos que no identifica, con los cuales viajó. Les llevaban abasto para desayuno y cena que debían preparar, y el almuerzo se lo entregaban cocinado. Al poco tiempo se llevaron a los dos compañeros. No dice dónde. “Jesús me llevaba tabaco, hablaba conmigo”.
Un día le anunció: “Mañana van a venir a entrenarte”. Como incluía transmisiones, le sirvió su radio “Zenit transoceánico”.
Atribuye a su “sentimentalismo latino” haber entablado relaciones con vecinos “y cometer el error” de pasarles de lo que comía porque apreció que su alimentación era superior, la de ellos estaba racionada. Al descubrirlo, la seguridad decidió suspenderle el suministro crudo.
Le ofrecieron instrucciones del manejo en la ciudad, con pases y lenguaje, la entrega de mensajes, fabricación de bombas. Contaban con un pilón para mezclar y moler componentes químicos y colocar relojes. Además, le entregaron un maletín para ensayar intercambios. Lo trasladaron a un campo de tiro y le enseñaron a manejar Fal, M-1, Thompson, “y aquel RA-15 que Caamaño usó para venir”, y también a ranear.
El regreso. “Pasé por Estocolmo y me vi con Pierre Chori, secretario general del Partido Social Obrero Checo. Obedecía a que debía hacer una estructura estratégica para demostrar que yo no venía de Cuba. Pierre le envió una carta a Peña Gómez diciendo: “Por aquí estuvo Hatuey y ahora Napoleón. Espero nos sigan visitando, estamos dispuestos a recibirlos con la confraternidad mutua”.
Sin embargo, este luchador no fue a Cuba como militante o enviado del PRD. Antes de su viaje comunicó a Peña Gómez la invitación de Caamaño y este le advirtió las implicaciones aconsejándole que “lo primero que debía hacer era renunciar del partido”.
“Nos reunimos en una casa de la avenida George Washington y le dije: tengo una hoja en blanco, te la voy a firmar, puedes escribir lo que entiendas para desligarme del partido, si estoy allá y vengo no soy Napoleón Núñez del PRD, soy Napoleón Núñez, nada más. Firma y deséame salir con vida, me voy convencido de que es para la liberación de nuestro país”.
Fue donde Amaury Germán y le expresó: “¡Ordene y mande, comando, estoy a la disposición!”.
Comenzó a organizar un viaje complicado, directo a Barajas, donde debía estar “merodeando” dos semanas, y de ahí combinar con personal de la embajada cubana, responder a preguntas preestudiadas, pernoctar en hoteles hasta partir hacia Zúrich donde recibiría información para pasar a la Unión Soviética. Durmió en aeropuertos, agotó esperas hasta que le elaboraron pasaporte como cubano.
Tras retornar llevó una vida aparentemente normal trabajando con Rafa Gamundi en la Publicación de “La Nueva República”, dando clases en Articiencia; laborando en la librería “América” con “Perucho” Bisonó. Todo compartido con el encargo de Caamaño.
“Comienzo a hacer el trabajo de selección, a sacarles pasaportes, darles un instructivo del viaje y algún dinero para que hicieran contacto en España con el consulado de Cuba”.
En el PRD desconocían la misión de Napoleón que hoy se hace pública por primera vez pues, aunque Peña estaba enterado, “fue discreto. Ahí había gente que ni quería que yo me acercara por el partido”.
Tenía que hacer una labor secreta de “ablandamiento, de conocimiento, para ver si los elegidos daban para eso”.
“Contacté primero a dos compañeros de San Francisco de Macorís”, dice con reservas de sus nombres pero luego cita a Alfredo Pérez Vargas, Mario Nelson Galán Durán, Juan Ramón Payero Ulloa y Julio Delgadillo, “que no vino”.
Describe el “entrenamiento psicológico” para estar seguro de que no iban a delatarlo, de que estaban conscientes de que irían a Cuba a recibir instrucción militar para regresar en un movimiento guerrillero.
Virgilio Gómez Suardí “me ayudó bastante en la selección y el trabajo” y afirma: “Ninguno de ellos sabía del otro, ese es un principio. Se fueron individual”.
El contratiempo de Pérez Vargas se presentó cuando ya había invertido los 10 mil dólares, por lo que acudió a Amaury. “Yo no tengo, un compañero puede ayudarte, pero no lo menciones”. Manuel Ramón García Germán le proporcionó 500 dólares.
“Te van a matar”. El desembarco de Caracoles, en febrero de 1973, tomó por sorpresa a Napoleón. Estaba con Gamundi y Teresa Bonet en una reunión en la calle “Pina” cuando una vecina se les acercó: “¡Señores, Caamaño vino! ¡Está aquí!”. Era la consorte de Toribio Peña Jáquez. “Mi esposo llegó en la guerrilla, pero se perdió y vino a visitarme. Secuestró a unas monjas en un jeep”.
“Imagínate, yo no tenía contacto con nadie. Era una situación extremadamente difícil, no sabíamos nada, ¿qué se podía hacer? Hablé con Bonaparte Gautreaux y me aconsejó: “Evita que te agarren, te van a matar, el Ejército está cumpliendo órdenes precisas de Balaguer, difícilmente Caamaño se salve…”.
Rosa lo ocultó donde su tía Evita Torres Vargas y ahí estuvo hasta el asesinato de Caamaño. Hoy lamenta con la misma impotencia de entonces: “Si yo hubiera encontrado apoyo, hubiese tomado una emisora, algo…”.