Calles y avenidas. Doctor Heriberto Valdez

Calles y avenidas. Doctor Heriberto Valdez

Dedicó a la medicina medio siglo de su vida productiva. Tenía consultorio pero acudía a la casa del enfermo con su pequeño maletín en el que acomodaba estetoscopio, esfigmomanómetro, termómetros, gasas, zeta-o, jeringuillas de cristal, alcohol, mercurio y otros instrumentos de primeros auxilios, de cirugía avanzada, de procedimientos intensos porque él cubría todo el repertorio médico, incluyendo la pediatría.

Fue el “doctor” de todas las familias de San Carlos, aunque la notoriedad de sus acertados diagnósticos y exitosas curaciones trascendió la Capital y la República. Colegas extranjeros se sorprendían al coincidir con él en sus evaluaciones a pacientes que mandaba a examinar en el exterior porque no se explicaban cómo podía llegar a tan exactas valoraciones en un medio tan atrasado y limitado como el país de principios del siglo pasado.

Los más necesitados encontraron en este facultativo sencillo, laborioso, de trato afable y constante estudio no solo atención a sus males sino el medicamento apropiado para combatirlos, adquirido con el dinero del ilustre galeno.

El doctor Heriberto Valdez “marcó un hito en la medicina dominicana” y “brilló por la constancia y la consagración fervorosa a la ciencia”, destacándose por la solidaridad hacia el afectado pobre y los eficaces componentes de sus recetas que muchos consideraban milagrosas. Estas y otras virtudes fueron tomadas en cuenta por el Ayuntamiento del Distrito Nacional que en 1978 emitió una resolución asignándole una calle, homenaje que nunca ha cristalizado.

Del insigne “médico de San Carlos” no abundan referencias, excepto las que aparecen en directorios científicos, escasos libros de medicina y la Galería de médicos dominicanos de Antonio Zaglul, el que más lo exalta.

Sin embargo, sus escasos descendientes no solo conservan cuantiosas fotos, pertenencias personales, nombramientos, tesis, sino valiosos testimonios orales de la existencia y del ejercicio profesional del filántropo, esposo, padre de familia. Juan Manuel Pellerano Gómez, esposo de su nieta Nora Paradas Valdez, no solo fue su pariente político sino su paciente desde que era un adolescente y al igual que Nora Isabel Pellerano Paradas, biznieta que ha recibido de su madre las historias de este antepasado insigne, conversan con devoción y entusiasmo de este meritorio ciudadano cuya memoria ha sido sepultada.

“No era un médico mercurial”. Don Juan Manuel conoció al doctor Heriberto Valdez hacia 1942, cuando su familia pasó a residir de San Cristóbal a la entonces “Ciudad Trujillo”. Fueron vecinos en la calle “30 de Marzo” y como médico de los Pellerano Gómez atendió siempre al joven “desde darme un lavado de estómago hasta curarme un catarro”. Cuando este pasó a ser parte de la familia Valdez, también lo inyectaba.

“Tenía un coche para visitar a sus pacientes que no podían ir al consultorio y un cochero que entraba a trabajar a las 8:00 de la mañana pero si había necesidad de ir a la medianoche a visitar algún enfermo, ahí estaba”. Después el doctor adquirió automóvil.

Valdez no salía sin traje ni sombrero, narra Pellerano Gómez, quien lo recuerda de mediana estatura, indio, de presencia agradable. “Infundía respeto a pesar de su trato amable, en sus exámenes evidenciaba una gran capacidad profesional y no era un médico mercurial”, añade. Después, refiere, Valdez construyó un edificio frente a su residencia y trasladó allí su consultorio.

Era un padre estricto, pero de excelente manejo profesional, expresa Pellerano, quien cuenta que el médico se acostaba a las 9:00 de la noche pero se levantaba a las 5:00 de la madrugada a estudiar en su biblioteca, “muy grande, especializada en medicina”.

Nora Isabel relata que después de la muerte de su bisabuelo la familia, por recomendación del doctor Heriberto Pieter, donó a la facultad de Medicina de la UNPHU parte del que fue su instrumental, libros, mobiliario y otras pertenencias de Valdez. Ellos conservan también muebles, vajillas, sombreros, ropa, zapatos, espejuelos y otras piezas que fueron del médico.

Pellerano, quien nació el 7 de septiembre de 1927 en Baní, considera que el mayor aporte de Valdez fue “su labor social frente a pacientes desposeídos” y entre sus méritos destaca la capacidad profesional.

Meses antes de su fallecimiento cumpliría 50 años en el ejercicio, por lo que la Asociación Médica Dominicana le organizaba un gran homenaje.

Entre el valioso acervo del médico, los Pellerano Gómez Paradas atesoran nombramientos emitidos por los presidentes Juan Isidro Jimenes, Ramón Báez, Carlos F. Morales Languasco y otros.

Heriberto Valdez nació en Santo Domingo el 13 de marzo de 1878. Se graduó de bachiller en la escuela de San Carlos (entonces común de la provincia de Santo Domingo) a la que llegó con título del colegio San Luis Gonzaga. En 1899 recibió diploma de licenciado en medicina y cirugía, presentando tesis sobre “Histerismo”.

Fue médico municipal de la antigua común de San Carlos, médico director del Matadero de Santo Domingo, médico auxiliar del Hospital Militar, en el que fue escalando hasta llegar a ser director, médico de la Cárcel Pública, subdirector del Hospital de Santo Domingo, Suplente Vocal de la Junta Superior de Sanidad de la República, miembro del Consejo Superior Directivo del Juro Médico de la República, del Consejo Nacional de Salud Pública, de la Liga Nacional Antituberculosa, del Consejo Nacional de la Tuberculosis y presidente del Comité Organizador del Congreso Médico del Centenario.

Casó con Leonor A. Pimentel, madre de sus hijos Luis Heriberto, Ramón, Ana Leonor y Flérida. Valdez murió en “Ciudad Trujillo” el 30 de septiembre de 1949. Las reseñas dicen que de una neumonía.

Sus descendientes revelan que de una complicación post operatoria. El doctor Rodolfo de la Cruz Lora despidió el duelo.

Además de los entrevistados, sobreviven sus nietos Ana Valdez Chupani, Juan B. Sanabia, Nora Deyanira Paradas Valdez de Pellerano y Rosemary Valdez de Almonte.

La calle
El 24 de julio de 1978 el Ayuntamiento del Distrito Nacional emitió la resolución número 56/78 en la que se reconocen la labor y la entrega del doctor Heriberto Valdez, “gloria de la medicina contemporánea” y designando con su nombre “la antigua calle “C” del Ensanche Ozama”, ordenanza que nunca se ha ejecutado.

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