Antes, no existía espacio para la perturbación, afán sobre comportamientos privados y relación armónica entre sus miembros. De repente, el tinglado mediático introduce un componente jamás justificado, pero de dimensión singular y connotación peligrosa: un acoso laboral transformado en materia de privacidad sexual.
Ya olvidaron la desafortunada confesión de darle tintes de decencia al terrible vendaval de desfalco de fondos públicos, amparados por un máximo titular conectado al Palacio Nacional con el zar del ajo. De paso, extrañamente alejado de auscultar un patrimonio que, aumentó de manera olímpica, como si el abono mágico calcara la frase irrepetible del anuncio de los espaguetis: crece, crece y deja chiquitito a los demás.
Aquí todo anda descarrilado porque lo mediático pauta honorabilidades huecas que, por la fuerza de la acumulación indecente, provocan en potenciales imputados un marcado interés alrededor de presupuestos en los medios, falsamente orientados y convencidos de que es posible esquilmar la intuición y sentido común de los ciudadanos. ¡Están equivocados!
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Once auditorías con mayor maquillaje que Chanel y un alto consumo de productos capaz de liquidar dolores estomacales de gente con responsabilidad en áreas sensibles como Aduanas, JCE, Educación, Hacienda, Cancillería, Ministerio de Salud Pública , Compras y Contrataciones.
Ahí radica la realidad, evocando al apóstol José Martí: las cosas que no se ven resultan de mayor importancia que las que se ven.
Las mentalidades no terminan de entender que el curso de la institucionalidad requiere de actores políticos diferentes y no reiterados simuladores, siempre dispuestos a comportarse a mil kilómetros de distancia del discurso.
Ojalá todo se oriente en la elemental dirección de permitir llegar hasta las últimas consecuencias. Así ganamos todos y develamos los actores que aparentan competir, pero las puertas giratorias le hacen cómplices.
De ahí la resistencia y marcado énfasis en amedrentar con juicios políticos a los náufragos sociales que, nunca le acomodan, y aspiran a triturarlos moralmente por los excesos que reproducen diariamente sus falsos censores.
Jueguen a la decencia de verdad, no la mentirosa. Al final, las mentiras resultan insostenibles a largo plazo. Aquí lo único que debe ganar es la decencia. Aunque sospecho que nunca se darán por vencidos. No se pongan guapos: perdieron el primer round.