Una mujer empuja presurosa un carrito de mano hacia el mostrador de su línea aérea acostumbrada. Es un día como cualquiera en el aeropuerto: mucha prisa, vuelos retrasados y grandes filas de personas empujando carros con cantidades de equipaje que a veces impiden la visión a quienes los conducen.
El peso permitido en los aviones de pasajeros por persona es de cien libras (dos maletas de 50 libras cada una) más un bulto de mano, que a veces pesa 50 libras también. En cantidad de ocasiones una persona, niños pequeños principalmente, llevan hasta tres o cuatro veces su peso, puesto que los padres aprovechan la presencia de niños para incluir grandes cantidades de pertenencias de adultos, principalmente ropa. Pero en muchas otras ocasiones el peso del equipaje permitido hasta 25 libras más por maleta, pagando sobrepeso- supera el peso de la persona, regularmente cuando se trata de personas de bajo peso, digamos entre 100 y 125 libras.
Los aviones están transportando más peso de equipaje que de personas. En una palabra, los equipajes tienen actualmente tanta importancia como las personas en cuestiones de derecho al transporte aéreo. ¿Cómo está afectando esto al medio ambiente y a la economía de las naciones?
El consumo de combustible de una nave aérea está determinado por la cantidad de esfuerzo que debe utilizar para despegar, elevarse y desplazarse. Mientras más pesado esté el avión más combustible necesitará para las tres cosas, lo que significa que si lleva menos peso, la misma cantidad de combustible le permitirá un mayor rendimiento tanto para despegar como para elevarse y desplazase. Por esas razones las líneas aéreas se han visto en la obligación de reducir la aceptación del equipaje considerado como excesivo, para ahorrar combustible. Pero, ¿qué tal si el problema persiste, como está ocurriendo?
El gasto excesivo de combustible es ya un problema ambiental de enorme magnitud. La posibilidad del final de las reservas naturales de hidrocarburos es un problema mayor que está tocando la puerta. El exceso de producción de ropa y artículos suntuarios a partir del petróleo es otro problema ambiental, tanto por el consumo de energía en esa producción como por la producción misma de materiales que pronto se convierten en desechos de larguísima vida y difícil degradación.
Estos problemas tienen una expresión muy especial en los aeropuertos al verlos todos juntos: la nave por despegar, los montones de maletas, los artículos que días más tarde serán desecho, los vasos y platos plásticos, el drapeo (envoltura en plástico de las maletas) que una, dos o tres horas después irá al zafacón, la ropa en uso que al cambiar el clima sale de circulación la señora que corre detrás de su carrito, quizás llevando diez pares de zapatos para su uso personal mientras está de viaje
Todas estas cosas apuntan dramáticamente a un cambio forzado en los hábitos de los humanos, y con éste, un cambio en el estilo de vivir y viajar.
El cambio del buque de vapor al avión para viajar interoceánicamente implicó todo un caos inicial debido a la limitante que significaba la imposibilidad de los primeros aviones de transporte de pasajeros para llevar toda la carga que con cierta facilidad era aceptada por los barcos de pasajeros. Pero pronto el problema fue resuelto con la construcción de los aviones que podían con toda la carga suntuaria que las personas se empeñaban en llevar consigo.
Hoy el problema no es en realidad la capacidad de los aviones, sino el consumo de combustible. Dentro de poco, quien no tenga su avión privado no podrá cargar con todo el equipaje con que quiere acompañase.
Reciclaje versus producción
Un viaje a Nueva York por citar uno de los destinos más comunes de los dominicanos- en tiempo de frío, implica la necesidad de abrigo inmediatamente se sale de la terminal. Las tiendas de los aeropuertos pueden suministrar cualquier necesidad en ese aspecto. Pero, ¿cuántos dominicanos pasan por una tienda de aeropuerto a comprarse un coat?
La necesidad de abrigarse queda resuelta con la prenda que para ese propósito le lleva el familiar que le espera en el aeropuerto. Es algo común para todos los latinoamericanos y caribeños.
Pero el problema de la carga de equipaje, principalmente de ropa, en los aviones, obligará en algún momento a que no solamente se le espere con el consabido coat, sino con toda la ropa que va a usar en su estadía. No hay mucha diferencia todavía, la diferencia se presentará cuando tampoco pueda traer carga de ropa desde los Estados Unidos o desde Europa hacia su país de origen, por la misma razón de las limitaciones del combustible.
Eso obligará al reúso de las prendas de vestir. Es decir, a la utilización de ropa ya usada, sea por familiares, amigos, o por sí misma en viajes anteriores.
Pero la reutilización podría ser sustituida por el reciclado industrial, de manera que la industria de la ropa no se vea tan afectada al faltar las compras que actualmente se realizan, compras que la mayoría de veces no se hacen por necesidad, sino por pura exhibición del poder de compra, o por pura debilidad ante la corriente consumista.
La industria del reciclado encontraría tremendo desarrollo en el desarme de la ropa usada para retornar sus materiales al punto de origen en la confección. Prendas de algodón volverían al punto inicial de ser hilos para proceder a la reconfección de otras prendas en algodón con nuevos estilos. Algo similar ocurriría con las prendas de origen polimérico (rayón, dacrón, nylon, etc.).
Podría parecer asombroso y hasta inadmisible. Pero también fue asombroso e inadmisible abandonar todas las libras de ropa que utilizaban las mujeres para acomodarse luego a las dos onzas del atuendo moderno que actualmente se lleva.
La nueva industria del reciclaje podría traer aparejado un problema ambiental: el uso de químicos para los diversos procesos de reciclaje. Por suerte, la previsión y los nuevos productos biodegradables pueden atenuar ese impacto.
Un saludable cambio de hábitos
La señora que empuja el carrito atestado de maletas en el aeropuerto carga además con un equipaje invisible: preocupación por su retraso ante la salida del avión, preocupación por el manejo que se le dará a su equipaje, preocupación por el tiempo que se tomará su chequeo y la revisión suya y del equipaje, preocupación por la posible pérdida de equipaje o retraso en su transporte y entrega ya en su destino, preocupación por lo que tendrá que pagar por sobrepeso, preocupación por las maletas que podría tener que abandonar si alguien no le ayuda asumiéndolo como equipaje propio (algo definitivamente erradicado en los aeropuertos). Todas esas preocupaciones significan un equipaje mental cuyo peso podría matarla en cualquier momento.
Otras preocupaciones asociadas al transporte de equipaje se suman a las que ya lleva: no pudo traer consigo el computador portátil que le había prometido llevar a su hijo, y eso significará una discusión terrible y muchos días de tirantez mortificante. No está segura si la ropa que lleva para su hija le va a gustar, por lo que se armará otra barahunda mortificante. Los hijos no son proclives al razonamiento, salvo brillantes y primaverales excepciones.
Esas situaciones, que podrían cambiar pronto empujadas por las condiciones antes expuestas y la prohibición de viajar con cantidades de equipaje, podrían salvar muchas vidas víctimas del estrés. Pero además, eliminarían las tensiones de los viajes.
Imagínese lo que sería viajar apenas con un pequeño bulto de mano un verdadero bulto de mano, no una maleta en la espalda que no cabe en el compartimiento sobre la cabeza-, sin preocuparse por las cuatro o cinco maletas atiborradas de trapos y atisbadas en la panza del avión.
Un alivio de esa naturaleza es una contribución a la salud que no tiene precio. Para lo demás, ya usted conoce el comercial de las tarjetas de crédito.
El ambiente necesita otro estilo de vida
Las condiciones ambientales del planeta, llevadas a extremos insospechados de deterioro, necesitan con urgencia un cambio en nuestros hábitos de consumo.
La señora del carrito de manos con cinco maletas en el aeropuerto lleva consigo, para su uso personal en una semana, 10 pares de zapatos. Pero además de la ropa que va a usar con toda seguridad y decidida a no repetirla-, lleva ropa que podría decidirse a usar, si se dan determinadas circunstancias.
Una mujer, por lo común, suele cambiarse de ropa varias veces al día. Condicionadas por un deber establecido por la femineidad y el hábito, debe cambiarse de ropas una tres o cuatro veces al día. No debe usar la misma ropa en la tarde que en la mañana; ni en la noche que en la tarde; ni debe usar la misma ropa de la noche si va a salir por una invitación sorpresa.
Las mujeres suelen llevar varios trajes de baño a la playa, porque si una mujer en la playa está usando un traje de baño parecido ahí mismo hay uno de esos trajes que llevó que está descartado. Igual ocurre dependiendo de la moda y de lo que se esté usando en ese momento en esa playa.
Pero otra cosa será lo de la ropa al terminar el baño de la playa. Una mujer debe cargar con varias piezas de ropa para decidirse por una a la hora de abandonar el traje de baño, ah, que dicho sea de paso, suele también cambiarse en la playa, pues una mujer no debe usar el mismo traje de baño en la mañana que en la tarde. Y todo esto está en la cabeza de la señora del carrito en el aeropuerto.
Y tomo el caso de las mujeres no por un asunto de machismo, sino porque son las que hasta ahora han llevado la dirección en el tren consumista, una dirección hacia la que la sociedad de consumo insiste en empujar también al hombre, cuya condición de sexo fuerte ya se agrieta para desdoblarse dócilmente ante el placer de comprar. Muy tarde, ya se acaba el petróleo, y ahora entramos a las sociedades racionales por obligación.