Que Gonzalo Castillo no sabe discursear, es indiscutible; pero ese defecto colateral no es obstáculo insalvable para que asuma la tarea de gobernar la nación dominicana. Si ese es el único imponderable que sus rivales y detractores pueden enrostrarle, junto a su supuesta vinculación, no comprobada, a la trama Odebrecht, entonces el PLD, el partido de Gobierno, ha presentado al electorado un candidato sólido, difícil de vencer en la contienda de mayo 2020.
Político dueño de una duradera y exitosa carrera empresarial, graduado de Administración y en Sistema Computacional, Castillo ha resultado altamente competente en los proyectos personales emprendidos desde el sector privado. No hablemos de sus últimos siete años al frente del Ministerio de Obras Públicas, cuya labor está reconocida ampliamente por la sociedad toda, trabajo que se constituyó en la piedra angular capaz de catapultar la decisión de impulsarlo hacia la cima, asumida por el presidente Danilo Medina.
Pronunciar grandilocuentes discursos reservados a connotados académicos y teóricos, no figura entre los prerrequisitos legales o personales para asumir la Presidencia de un país. La vieja tradición europea y las normas modernas impuestas por la democracia norteamericana, exigen al gobernante electo que sea ejecutivo, diplomático, líder militar y conciliador. Añádase, que sea ejemplo de moralidad y que pueda comunicarse a través del lenguaje llano que habla la gente del pueblo. Castillo encaja perfectamente en ellos. Esa campaña sucia y de diatribas personales proviene del sector renunciante del PLD, avalada por la oposición. La nación dominicana ha sido gobernada ocasionalmente por políticos con dificultades para la improvisación oral, o la lectura desde el telepromter. Don Antonio Guzmán (PRD- 1978-1982), el mejor gobernante dominicano antes de Medina, adolecía de tal dificultad. Gonzalo puede ser la versión corregida y peledeísta de “mano de piedra Guzmán”.