La mañana del miércoles 8 de agosto de 1973 transcurría apacible para la policía de Pasadena hasta que, exactamente a las 8.24, la telefonista del 911 Velma Lines atendió la llamada de un adolescente.
-¡Será mejor que venga ahora mismo! ¡Acabo de matar a un tipo! – dijo.
-¿Dónde? – preguntó Velma, sobresaltada.
-En Lamar 2020 – respondió.
El patrullero demoró apenas cinco minutos en llegar. Los policías encontraron a tres jóvenes – dos varones y una mujer – sentados en la vereda. A unos metros, sobre el asfalto de la calle, había un revólver.
-Está adentro. Yo lo maté, le di cinco tiros les dijo uno de los jóvenes, llamado Elmer Henley.
Los policías los esposaron a los tres y uno de ellos entró en la casa. Además del muerto tirado en el piso en medio de un charco de sangre, vio tablas contra la pared de las cuales pendían sogas y esposas y una cantidad impactante de juguetes sexuales.
La radio policial ardió. Menos de una hora después, el lugar era un hormiguero de detectives, policías uniformados y técnicos forenses. Sólo entonces, los primeros policías en llegar subieron a los jóvenes al patrullero para llevarlos a la comisaría e interrogarlos. Además de Elmer, de 17 años, eran Rhonda Williams, de 15 años, y Timothy Cordell Kerley, de 17.
Uno de los agentes les leyó sus derechos, entre ellos el de guardar silencio.
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Elmer Henley no lo dejó terminar:
-¡No me importa! ¡Tengo que sacarme esto de adentro! – le gritó.
Así se conoció el siniestro raid de asesinatos del hombre que pasaría a la historia criminal estadounidense como “Candyman”, responsable de la muerte de 28 niños y adolescentes en apenas tres años.
Su nombre era Dean Arnold Corll, tenía 33 años y no llegaría a cumplir ninguno más, porque era el muerto cuyo cadáver estaba desparramado sobre el piso de la casa.
Elmer era uno de sus cómplices. El otro, David Owen Brooks, también de 17 años, sería detenido unas horas después.
Un chico tímido y bueno
A los detectives de la Policía de Pasadena les costó creer que Dean Arnold Corll fuera un asesino en serie. Para la comunidad era un joven ciudadano ejemplar que había cumplido con sus obligaciones con el país en el Ejército, pujante empresario y hombre generoso con los niños del barrio, que lo llamaban “Candyman” por su costumbre de regalarles golosinas de su propia fábrica.
Había nacido el 24 de diciembre de 1939, en Fort Wayne, Indiana. Sus padres eran Mary Emma Robinson y Arnold Edwin Corll, que se divorciaron en 1946, cuando Arnold, como lo llamaba la familia, tenía 7 años. Tras la separación, la madre se mudó con él y su hermano Stanley Wayne, a Memphis, Tennessee.
Dean fue un chico tímido, al que le costaba vincularse con sus compañeros. A los 7 años sufrió de fiebre reumática que no fue correctamente diagnosticada hasta 1950 por lo que tuvieron que prescribirle tratamiento psicológico. Ese mismo año sus padres volvieron a casarse y se mudaron a Pasadena.
En 1953 su madre se casó con Jake West, un relojero, y la familia se mudó a Vidor donde nació Joyce, la hermanastra de Dean, en 1955. El matrimonio puso una pequeña fábrica de golosinas en el garaje de la casa, que sería el primer paso hacia la construcción de una empresa pequeña pero exitosa.
Allí Dean trabajó día y noche mientras asistía a la escuela. A él y a su hermano les dieron la responsabilidad de manejar las máquinas y empaquetar las golosinas mientras su padrastro los vendía a kioscos y distribuidores.
De 1954 a 1958 Dean Corll fue a la Vidor High School donde fue reconocido como un estudiante de buen comportamiento y buenas notas pero también solitario. Por esa época, su única afición parecía ser la banda de música donde tocaba el trombón.
Cuando Dean terminó la secundaria, la familia decidió mudarse a las afueras de Houston, donde vendían la mayoría de los dulces, para abrir un local con el nombre “Pecan Prince”. En 1960, por petición de su madre, Dean se mudó con su abuela a Indiana. Durante ese tiempo mantuvo una relación con una chica que le propuso matrimonio en 1962, pero él se negó y volvió con su familia que ya se había instalado en Houston Heights.
Se mudó a un departamento sobre el local de la fábrica y cuando su madre se divorció se transformó en vicepresidente de la compañía, Corll Candy Company.
Razones para una muerte
-¿Por qué mataste a Corll? – le preguntaron los detectives a Elmer, ya convencidos.
-David y yo hablamos sobre matar a Dean para que pudiéramos alejarnos de todo esto y varias veces, he estado a una pulgada de matarlo, pero nunca me puse lo suficientemente nervioso como para hacerlo hasta ayer, porque Dean me había dicho que su organización me atraparía si alguna vez le hacía algo – respondió.
Según Elmer, nunca se habría atrevido a matar a Corll si las cosas no se hubieran retorcido la noche del 7 de agosto, cuando cometió el error de llevar a una amiga a la casa de Candyman, algo que nunca había hecho.
Contó que fue por casualidad, porque todo marchaba sobre ruedas. Había conseguido que Timothy Cordell Kerley, de 19 años, lo acompañara a fumar marihuana en lo de Corll. Ya tenía a la próxima víctima, lo que le reportaría otros 200 dólares. Sin embargo, en el camino encontró a una amiga de 15 años, Rhonda Williams, que estaba llorando en la calle porque su padre le había pegado. Decidió llevarla con él y pedirle a Corll que la refugiara esa noche en su casa.
Cuando llegaron Corll se enfureció, pero pareció tranquilizarse de golpe. Les dio alcohol y drogas hasta que Timothy, Rhonda y el propio Elmer quedaron inconscientes.
Cuando se despertaron – contó Elmer – estaban amordazados y maniatados. Corll lo amenazó apuntándole con su revólver en la sien, pero él pudo calmarlo prometiéndole que participaría en la tortura de los otros dos, y entonces lo liberó.
Candyman le ofreció un cuchillo de caza y le ordenó que cortara la ropa de Rhonda mientras él torturaba a Timothy. Apenas Corll le dio la espalda, Elmer agarró el revólver que había quedado sobre una mesa y le disparó en la cabeza. Después, apretó el gatillo cuatro veces más.
-Solté a los chicos y llamé al 911. Eso es todo lo que tengo que decir – terminó su declaración.
Así se conoció la verdadera historia de Candyman y su sangriento final. Elmer Henley y David Brooks fueron condenados a cadena perpetua.