La iglesia, como agente gestor del Reino de Dios, tiene la responsabilidad de denunciar los males que se manifiestan en este mundo, al tiempo que anuncia la esperanza de un mundo mejor aquí y ahora.
Cada día la sociedad se torna una estructura más compleja, lo que dificulta identificar con claridad y precisión el origen real de muchos de los problemas que confrontamos hoy.
En este sentido no es posible hacer una denuncia seria y orientada a dar solución a los problemas si no la enfocamos desde un marco estructural, con un discernimiento que apunte a las causas reales que originan los males. Una denuncia enfocada en aspectos coyunturales o superficiales, corre el riesgo de caer en el simplismo, o lo que es peor, empantanarse en un ruido escandaloso y poco edificante.
La misión de la iglesia no es ofrecer soluciones técnicas a los males de la sociedad. Existen otras instancias designadas para esto. Sin embargo, una denuncia efectiva de los males requiere que la iglesia se auxilie de herramientas que le permitan orientar adecuadamente su mensaje. Esto obliga que la denuncia profética de la iglesia se ubique necesariamente entre la orientación técnica y lo apasionadamente pastoral y teológico. Sin la combinación de estos dos aspectos, la denuncia profética puede quedarse en lo panfletario y simplemente ruidoso.
Toda denuncia profética debe tener en su forma y contenido la vitalidad que se inspira en la búsqueda de la justicia. Su abordaje debe ser crítico y constructivo, y al mismo tiempo comprensivo y conciliador. Debe dar las alternativas para reparar daños, para resarcir al despojado y oprimido, sin quitarle la oportunidad al opresor para que se arrepienta y deponga su accionar malvado. Como se ha dicho en tantas ocasiones, la denuncia profética debe condenar el pecado y anunciar justicia y esperanza.
La denuncia profética debe ser realista y responsable, otorgando siempre la oportunidad y promoviendo la apertura para cambiar, para restablecer y construir relaciones más fraternales entre los seres humanos. La aspiración de toda denuncia profética debe ser afirmar la vida y anunciar esperanza, advertir y condenar los signos de muerte, pero siempre señalar senderos de esperanza.
La orientación pastoral debe surgir de una espiritualidad sana, de una relación con Dios fresca y de un acercamiento a las Escrituras que nos permita escuchar al Señor y permitirle que su voz se haga audible a través de nosotros. Esto es para humanizar el discurso en el propio gesto de la encarnación e identidad del Señor con el dolor. Así podremos evitar empinarnos sobre la autoridad que confiere la religión, que indudablemente siempre será una tentación para el uso del poder y la imposición. Cuando somos verdaderamente la voz de Dios, somos también la voz del oprimido, la voz de los que no tienen voz.
La denuncia profética no debe ser nunca una forma de presión para alcanzar beneficios particulares, su única recompensa debe ser la restauración, el cambio, la instauración de la justicia, la construcción de nuevas relaciones basadas en el respeto a la dignidad del ser.
En este sentido, la denuncia requiere transparencia, firmeza y compromiso. La denuncia profética se hace asumiendo el dolor de otros, es decir, tiene un profundo sentido solidario. Denunciamos el dolor colectivo, el mal que nos afecta a todos. Por tanto, la respuesta que aspiramos debe tener ese sentido colectivo. Si denunciamos un mal que afecta la mayoría, la respuesta a esa denuncia también debe beneficiar a la mayoría.
Por último, la denuncia profética debe cuidar el lenguaje. Debe evitar limitarse a lo coyuntural, lo momentáneo, lo escandaloso y trivial. Su lenguaje debe apuntar a principios, debe señalar valores y ubicarse dentro de un marco de referencia histórica que le dé vigencia en el tiempo. Para citar solo un ejemplo, recordemos el sermón de Fray Antón de Montesinos, que aunque referido hace más quinientos años a una situación concreta, hoy podemos recoger con vigencia el eco de sus palabras.
La voz profética de la iglesia es un gran compromiso en una sociedad compleja que necesita escuchar la voz de Dios para reorientar su actuar.