Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.
Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.
La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.
Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso. Jorge Luis Borges
Mi querida Faride:
Dejé pasar un tiempo prudente para escribirte esta carta. A veces, tomar distancia es la decisión más sana que se puede tomar. Escribo esta misiva pública con el único interés de provocar en ti una seria reflexión, una introspección profunda sobre tu futuro político.
Te recuerdo en las clases inquieta, queriendo beber de todo cuando leías y escuchabas, con el riesgo de ahogarte con tantas informaciones no digeridas. Te observaba, y me recordaste mis años universitarios en el que yo también me atosigaba con preguntas, que hoy, todavía, a mis 65 años no he podido responder.
Después te seguí a través de tus compañeros, que son más que mis hijos, como tu compadre Federico Jovine y tu amigo de luchas Miguel Valerio. Cuando me encontraba con tu padre, eras tema obligado en nuestras conversaciones.
Voté por ti cuando te presentaste como candidata a la diputación del Distrito Nacional. Y cuando te veía en el hemiciclo expresando tus opiniones con tanta vehemencia, me sentía orgullosa como mujer y como maestra. Veía, veo todavía, en ti la cimiente de una nueva política.
Durante varias entrevistas te escuché expresando una posición abierta y contundente en contra del llamado “barrilito”, que debería llamarse “barrilote” porque el dinero que el Congreso dispone para esas políticas clientelares es tan grande, que podría utilizarse cada mes para mejorar las condiciones de vida de un hospital del país.
Al expresar tu deseo de aspirar a la Senaduría, me alegré. Y en mi círculo cercano me dediqué a convencer de que el dúo ganador era tú y una joven promesa que iniciaba: José Horacio Rodríguez. Ustedes representaban, representan todavía, la esperanza de una práctica política distinta, basada en principios éticos y la defensa de los verdaderos valores de la democracia.
Estoy consciente de que el juego político es difícil. Hay que lidiar con muchos intereses, pero, sobre todo, hay que luchar por no caer en las mieles del poder; que conlleva hacer un lado la coherencia, olvidar y desdecirse, por mera conveniencia.
Para gobernar, también estoy consciente, se necesitan ganar las elecciones, para lo cual hay que negociar con sectores diversos y contradictorios. Negociar no es vender sus principios y sus creencias.
La sociedad dominicana de hoy, diciembre 2020, no es la misma de hace apenas un año.
Existe un ante y un después de la suspensión de las elecciones municipales de febrero de este año. El clamor popular es la defensa de los principios democráticos, la lucha contra la corrupción y la búsqueda de una nueva forma de hacer política. Ahora está vigilante de sus elegidos.
En las elecciones no se les otorga a sus representantes una patente de corso, un permiso para hacer lo que quiera. La ciudadanía silente de los años anteriores no existe más. Y este fenómeno no es solo aquí, sino también en el mundo occidental.
Las encuestas de opinión en todo el mundo y los analistas políticos más prestigiosos coinciden en que en América Latina existe un mal endémico que no solo debilita la democracia, sino que deteriora el sistema político: la corrupción y el clientelismo.
La memoria colectiva y la historia recuerdan a sus líderes como terminan, no como comienzan. Joaquín Balaguer que implantó un régimen de fuerza, reprimiendo a los grupos de izquierda y a la oposición democrática, finalizó su vida como “el Padre de la Democracia Dominicana”, título otorgado por el segundo poder del Estado: El Congreso de la República.
Evo Morales que ascendió al poder ante el asombro de muchos, y la alegría de otros, pero, sobre todo, representando a las voces silenciadas por muchos siglos, abandonó el poder de la manera más indigna, sencillamente porque quiso romper la institucionalidad para permanecer en el poder. Y podría seguir con una larga lista de políticos que se han quebrado al final del camino.
El mundo, nuestro continente, nuestra región, necesita de una nueva generación de políticos críticos, capaces de luchar por ideales, por principios; pero antes que nada que se conviertan en guerreros valientes capaces de combatir las viejas prácticas que han cercenado, y cercenan todavía, el sistema democrático.
La democracia es algo más que elecciones. Necesitamos urgentemente fortalecer nuestras instituciones del estado. Eliminar ese adefesio burlesco que llaman “barrilito”, para que los legisladores se aboquen a ejercer su función: legislar y vigilar al Ejecutivo.
Ser mujer joven que asume el riesgo de la vida política, implica estar en el ojo público. Cuando te pedí que renunciaras al barrilito era por dos razones: que fueras coherente con lo que habías planteado, y que escucharas el clamor popular.
Lamento mucho si mi voz, expresada a través de las redes, hirió tus sentimientos.
Seguiré vigilante de los políticos, como tú y Horacio, en quienes pienso que puedo confiar.
Esta mujer, maestra y escritora, que te escribe, ya construyó su vida y su propia historia, pero tiene todavía la esperanza de un mundo mejor y de que una nueva generación de políticos éticos, comprometidos, sensibles y autocríticos nazcan, se fortalezcan y transformen esta política nuestra plagada de inmundicia.
Solo te pido que con tus acciones mantengas vivas mis esperanzas.
Solo te pido coherencia.
Solo te pido que escuches cuando te reclaman.
Tienes un gran desafío y una gran responsabilidad sobre tus hombros.