Señor director:
En su discurso del 20 de enero de 2005 George W. Bush al inaugurar su segundo mandato como presidente norteamericano presentó el ideal de la libertad como uno que debe ser llevado a todos los confines de la tierra. En esta descripción de objetivos encontramos el resurgimiento de la política exterior norteamericana universalista, pues se proponen metas para erradicar del mundo el flagelo del terrorismo y la opresión. Esta tendencia universalista de la política exterior de esta gran nación es una que describe el carácter idealista, simple y llano de un pueblo que a base de su poder organizativo, de su espíritu legalista y de su capacidad innovadora se ha convertido en la nueva Roma.
Henry Kissinger, ex secretario de Estado, además de recio intelectual, en sus libros «Diplomacia» y «¿Necesita los Estados Unidos una Política Exterior?» describe los dos extremos que existen en las doctrinas que han dominado la política exterior norteamericana. Una de ellas es la que se caracteriza por el pragmatismo y el balance del poder y la otra que se fundamenta en los ideales propios de una sociedad cristiana y sostenida en el impero de la ley. La primera de estas tendencias, Kissinger la llama la tendencia de Teddy Roosevelt, pues éste a principios del siglo XX ejerce un gobierno con características más de potencia europea, que de una nación llena del idealismo propio de los protestantes emigrados de Inglaterra. La segunda de estas tendencias y la que más ha perdurado, la universalista o idealista, es ejemplificada, según Kissinger, en Woodrow Wilson, quien propone la Liga de las Naciones, que aun habiendo fracasado colocó las bases para lo que son hoy las Naciones Unidas.
En definitiva, la teoría del balance del poder sobrepone los intereses de las naciones a cualquier circunstancias ideológica. Es esta la teoría aplicada por Richelieu en Francia, por Bismark en Alemania, y más tarde por Theodore Roosevelt y Richard Nixon en los Estados Unidos del siglo XX. Del otro lado está la teoría que sostiene la exportación de valores universales del ser humano. Estas cruzadas ideológicas las encarnaron en los Estados Unidos Woodrow Wilson, Franklin delano Roosevelt, John F. Kennedy, Ronald Reagan y ahora lo intenta George W. Bush. Y este último no sólo se ve esta lucha como un idealismo necesario que beneficia al mundo, sino que es al mismo tiempo una práctica que defiende los intereses de los Estados Unidos. En su frase «no estaremos seguros en nuestro país, hasta que no haya libertad en el mundo» se demuestra con claridad que hoy en día ha habido una especie de fusión de las dos tendencias de las políticas exteriores. Ahora no solo lo bueno y lo moral es lo correcto sino que es al mismo tiempo lo que conviene a los intereses políticos y económicos del gran coloso.
Es oportuno señalar que de la misma forma que el Presidente estadounidense ha sorprendido a sus críticos con sus éxitos electorales al asumir posturas firmes y que se consideraban impopulares en los temas sociales, ahora pretende hacerlo con el resto del mundo, pues presenta los intereses de su nación con firmeza y claridad, no como el derecho de una sociedad poderosa y determinante sino como el mensaje de redención que aguardan los oprimidos del mundo. No he sido un partidario del Presidente y hubiera preferido que ganara las elecciones pasadas el candidato demócrata John Kerry, sin embargo entiendo prudente admitir la certeza del manejo de este político que muchos hemos confundido como un simple heredero de su padre, pero que ahora se nos revela como un dirigente de una visión sorprendente. Su ideal de llevar los intereses de su país a comulgar con los mejores de la humanidad no es nuevo, pero el hecho de hacerlo de manera transparente si lo es. Quizá, y así lo esperamos, esto contribuya a suavizar la imagen de quienes dirigen gran parte del globo. Si la imagen de los Estados Unidos mejora en los países subdesarrollados sería el más duro golpe que se le puede asestar al terrorismo internacional y por consiguiente a los efectos dañinos de este.
Atentamente,