Aquella Carta Pastoral provocó un estremecimiento colectivo. La emoción trascendió la feligresía que salía conmovida de los templos luego de escuchar la lectura de un texto postergado durante tres décadas, pero más que necesario en el momento del declive de la tiranía y el auge del terror.
La “Carta Pastoral en ocasión de la fiesta de nuestra Señora de Altagracia” fue firmada el 25 de enero del año 1960 y leída en todas las parroquias el día 31. Denuncia excesos, ruega para que “ninguno de los familiares de la autoridad experimente los sufrimientos que afligen a tantos padres, madres, hijos, esposas”.
Imperdonable para muchos el silencio eclesiástico durante la tiranía, el gesto, al final, atenuó el agravio. Trujillo, en principio, simuló despreocupación, pero luego auspició una campaña inclemente, con una arenga demoníaca: “¡Mueran los curas traidores!”
Siempre es importante auscultar amores y desamores con las Iglesias. Quedan rezagos del pensamiento impío asido a la religión para beneficiarse. Por estos predios, los políticos se aferran a las creencias para, sin disimulo, apostar a la unción divina y crear una especie de teocracia bachatera.
Los representantes de los distintos credos se arriman al Gobierno de turno para obtener canonjías y asimismo el poder seduce a los pastores para mantener, con incienso, el equilibrio y amansar a las ovejas descarriadas.
El agnosticismo es peligroso, Joaquín Balaguer supo manejar esa condición sin nefastas consecuencias. Conocedor de la premisa del trujillismo resumida en la frase “Con la Iglesia no se pelea”, mantuvo armonía con las jerarquías religiosas gracias a la satisfacción de la codicia.
A pesar del deterioro de la fe, culpa de las sotanas manchadas con tanta niñez y adolescencia estuprada en las sacristíasdel horror. A pesar del encubrimiento, de las escasas adscripciones al apostolado, los sermones marcan la ruta.
Para obtener un “Me gusta” se necesita poco y con poco se consigue. Los bots terrenales se encargan de reproducir lo conveniente y jugar con mito y realidad. Las homilías en sociedades líquidas, con primacía de la industria de lo incorrecto, loas al crimen y al libre consumo de alucinógenos para no ver más allá de la esquina de la miseria, tienen el efecto que quiere el poder que tengan. Pronunciadas con o sin brillantez, lejos del esplendor discursivo de otros tiempos, lucen más arenga partidaria que sermón piadoso. Más populismo que teología permite recuperar la confianza en la misión manipuladora del púlpito.
Para la minoría que busca la excelencia, quedan rincones como el que ocupa con sus reflexiones, en este periódico Manuel Maza SJ, incólume en su fe y compromiso. No encontrará “avión con vuelo profundo” ni la propuesta de desatar el cinturón de seguridad en las alturas porque Maza conoce la sorpresa de las turbulencias, pero disfrutará con el repaso de los evangelios y la erudición ausente en el foro 65 años después del documento que marcó la ruptura de la jerarquía católica con la tiranía, vale recordar la influencia del clero en la política y el celo oficial para preservar su fidelidad, no importa el precio.