Los comportamientos sociales no llegan solos. El profesor Juan Bosch decía: “las crisis políticas generan crisis sociales, y las crisis sociales generan crisis económicas, y todas en su conjunto generan ingobernabilidad”. Hace décadas que los partidos políticos han entrado en un desgaste institucional, han dejado de ser voceros de la ciudadanía, de credibilidad, de instrumento ideológico o espacio de reivindicaciones sociales y de participación en el proyecto colectivo. Más bien, han pasado a ser instituciones egocéntricas, de grupos, sin identidad, sin ideología, individualistas y sin referentes en las demandas por las conquistas de justicia social, Estado de derecho, distribución de la riqueza, sistema de valores y expresión de democracia participativa.
Por otro lado, los partidos, los gremios y parte de la sociedad civil, son la expresión de una sociedad atrapada culturalmente, sin sistema de consecuencia, promotora de debilidades institucionales, excluyentes, con inequidad y desigualdades, que estimulan la individualidad, la corrupción, la impunidad, la cultura del relativismo ético y del permisivismo social.
En los últimos años, la sociedad y los partidos se fueron enfermando, dividiéndose, despersonalizando, perdiendo su identidad, sus fundamentos y practicando el sistema de intercambio, socializando entre lo público y lo privado sin transparencia y sin sistema de consecuencia.
Todos olfateábamos las crisis que se incubaba, todos deglutíamos la crisis moral y ética del mercado político y de las instituciones; todos percibíamos que la sociedad funcionaba sin consecuencia, sin sanidad democrática en los actores políticos-sociales e institucionales.
Ahora, tarde hemos despertado con una crisis de liderazgo, de credibilidad y de falta de transparencia en las instituciones, la ausencia de compromiso colectivo en un proyecto de nación inclusivo y equitativo, para los dominicanos y dominicanas. Siendo los jóvenes, las mujeres y los adolescentes, los sectores más desprotegidos, más vulnerables y los que reciben las frustraciones y la desesperanza por la ausencia de servicios de calidad y calidez.
Nos enterábamos del fracaso del modelo chileno, negábamos la realidad y la crisis de Nicaragua, Guatemala y El Salvador. Decíamos que estábamos blindados y éramos el ejemplo para desconocer nuestras debilidades y no llegar a Venezuela, ni a Haití, y menos a Bolivia; es más, nos comparamos con la democracia de Uruguay, Costa Rica y Panamá.
Pero la realidad nos confrontaba con la división de los partidos, el cambio de las leyes, de hacer ajustes y tomar medidas que favorezcan a los grupos, el desinterés la apatía de la sociedad civil en tomar acciones para cambiar el rumbo al derrotero social.
Durante ese recorrido se fue olvidando que las crisis era insostenida, recurrente, producto de practicar lo incorrecto, de socializar la política a espaldas de la sociedad y donde los actores económico-sociales se hacían más conservadores y más cortoplacistas. Así se fueron incubando procesos, desesperanza, desmoralización con desesperanza, impotencia, frustración, resentimiento, odio, anomia social y pérdida de la capacidad de administrar el miedo, y, peor aún, perder el acatamiento e indiferencia social.
Así llegaron los indignados en Francia, la insurrección popular en Ecuador y Chile. Así también, han llegado los movimientos sociales dominicanos de los jóvenes indignados y empoderados para detener la inequidad y la falta de reglas claras y democráticas.
Como psiquiatra y estudioso de la conducta y del comportamiento político-social, estoy preocupado. Esas manifestaciones de jóvenes en las calles de forma pacífica pero sostenida son buenas; hablan del espíritu y del compromiso social de la parte más sana que exige derechos humanos, respeto a la democracia y la libertad.
Pido a la Junta Central Electoral que se deje acompañar por una representación sana y responsable de ciudadanos intachables que le duela el país, incluyendo una representación de los jóvenes que se han empoderado.
Hay que realizar elecciones transparentes, justas, y vigiladas por los organismos internacionales y nacionales. Hay que firmar pactos, y compromisos de manifiesto por la democracia dominicana.
Los jóvenes, la sociedad civil organizada deben impulsar a la firma de la gobernabilidad inclusiva con temas: en educación, en salud, desarrollo humano, bienestar social, contra la corrupción, Ministerio Público independiente, revisión de pensiones, calidad del gasto público, menos dinero a los partidos políticos, etc.
Si no hay compromiso, si no actuamos como ciudadanos responsables y no protegemos nuestro país, nos aventuramos a crisis de todo tipo y a repetir la arritmia social que decía Bosch.
Los movimientos sociales tienen la diversidad donde confluyen diferentes clases sociales, especialmente jóvenes y adultos tempranos que están conectados con el contexto global. Es importante que los actores sociales no los desconozcan ni los excluyan, es mejor escucharlos y tomarlos en cuenta e incluirlos dentro del proyecto de nación.