De moverse en aguas de la planificación y el desarrollo como un profesional completo, Miguel Ceara Hatton deja atrás un ministerio de mucha teoría para ir al campo minado de la protección a los recursos naturales que con frecuencia tienen a un tenaz enemigo en el afán de lucro que dirige ataques a la naturaleza. En ese punto confluyen sus principios académicos y la ecología.
Hereda la crucial posición ejecutiva de Orlando Jorge Mera, asesinado en el mismo despacho asignado a su sucesor mientras se aferraba a sus obligaciones de frenar depredaciones y tráficos de materiales riesgosos para la población.
La carga de responsabilidades sigue siendo extraordinaria y entre otras metas implica mantener firmes límites a la extracción de materiales que acaban con lechos y entornos arenosos y rocosos de los ríos y playas y al uso agrícola de zonas boscosas vedadas por ley a incursiones que han resultado indoblegables.
Seguir enfrentando la quema de carbón para el voraz consumo de la pobreza haitiana y a la despoblación arbórea causada en alturas y laderas que es seguida por la desaparición de la capa vegetal que enflaquece y hace perecer las corrientes fluviales.
La mayor concentración de habitantes, que es el Gran Santo Domingo, yace sobre un subsuelo saturado de aguas negras por ausencia total de tratamientos porque es el propio Estado el que deja sin soluciones ambientales a la urbe que encabeza la República.