Ceguera social e institucional, otra barrera para los invidentes en República Dominicana

Ceguera social e institucional, otra barrera para los invidentes en República Dominicana

Albalina y Scott charlan sobre la odisea a la que se enfrentan cada día como invidentes en República Dominicana, donde la ceguera social se une a la falta de espacios adaptados a personas con discapacidad, condenándoles a desenvolverse sin apoyos en un entorno urbano hostil.

La ausencia de señalización y de accesibilidad en calles y medios de transporte supone que salir de casa se convierta en un acto cotidiano de valentía y superación.

«Esto es sobrevivir, no es vivir», afirmó a EFE Scott Feliz, que fue perdiendo la visión hasta quedar completamente ciego hace cuatro años.

Caminar, una actividad de riesgo

Para un ciego hay «muchos problemas para caminar» por la calle, no solo por las barreras arquitectónicas, también porque las aceras están tomadas por vehículos, puestos de comida o basura acumulada, hay agujeros, alcantarillas sin tapa. Ante esa carrera de obstáculos, optan por arriesgarse a andar por la calzada.

«Aparte, no hay señalizaciones«, como pudo comprobar EFE al acompañar a Scott y otras dos jóvenes con bajo grado de visión, todos armados con sus bastones blancos para moverse por una ciudad estridente como pocas, lo que dificulta aún más la rutina de los ciegos, que se desorientan con el ruido.

Aunque «lo peor es caerse en un hoyo», dijo Scott, por experiencia propia y con admirable buen humor. «Todas las personas ciegas de República Dominicana se han caído por lo menos cinco veces en uno».

Y, si hubiera semáforos inteligentes con señales acústicas, en los cruces sería muchísimo más fácil desenvolverse sin exponerse a un atropello, pero solo hay dos en todo el país, uno en Santo Domingo y otro en Santiago (norte).

La seguridad del Metro

También los medios de transporte suponen un problema. ”Cuando nos toca abordar las guaguas públicas y los carros, estamos desubicados porque no tienen ninguna orientación para uno saber hacia dónde va, no tienen ningún sonido que te indique dónde se están deteniendo para saber dónde vas a bajar”, explicó Libel Jiménez.

Aunque hay aspectos por mejorar para garantizar su autonomía, el Metro de Santo Domingo es el único transporte público que les da cierta seguridad.

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Primero, porque reciben ayuda del personal para acceder al andén y al convoy. Segundo, porque en el suelo de las estaciones hay líneas de desplazamiento, señalización formada por estrías de distintos relieves. Ninguna calle en Santo Domingo cuenta con este sistema de guía básico para los invidentes.

Para Albalina Jiménez llegar al metro supone un alivio tras la tensión de caminar entre el caos de la ciudad para ir al trabajo o la universidad. Pero cuando hay aglomeraciones, al resto de usuarios parece sobrevenirles una ceguera repentina. No la ven. No existe una educación cívica en ese sentido.

Pocos apoyos

Recibir una ayuda del Estado es «difícil», se puede optar a pensiones solidarias, pero suponen la incapacitación del beneficiario, y Scott aspira a «ser una persona independiente», puesto que puede trabajar y sigue formándose.

Además, los conocimientos indispensables para alguien con problemas visuales no los proporciona el Estado (es la discapacidad que menos ayudas recibe, según Scott), sino el asociacionismo y las fundaciones. En la antigua Escuela Nacional de Ciegos enseñan a utilizar el bastón, leer braille, desplazarse y tener una identidad clara.

Los invidentes tienen también el apoyo de la Fundación Francina, que dona bastones, y del Instituto Técnico Vocacional de Personas con Discapacidad, que ayuda con la orientación y movilidad, así como la Fundación Dominicana de Ciegos y la Fundación Tecnológica para Ciegos (Funtel).

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Aunque la Ley sobre discapacidad en República Dominicana ampara y garantiza la igualdad de derechos y oportunidades, no se aplica de forma efectiva, según Isabel Benedé, miembro fundadora y vicepresidenta de Red LUNA de Mujeres Dominicanas con Discapacidad Visual.

La norma recoge todos los principios y recomendaciones internacionales y establece la creación del Consejo Nacional de Discapacidad (Conadis) como órgano gestor y rector. Pero a efectos prácticos no funciona, «no se están viendo los resultados esperados”, afirmó.

Para Benedé, “todo lo que se ha podido conseguir a nivel de discapacidad ha sido gracias al trabajo de estas asociaciones” y su labor en aspectos como capacitación para la inclusión laboral, apoyo para la búsqueda de empleo, rehabilitación, movilidad, uso del bastón…

Aunque la discapacidad visual es una de las más comunes en el país, junto a la físico-motora, «no disponemos de cifras exactas de su prevalencia», señaló el asesor del Poder Ejecutivo en materia de inclusión de personas con discapacidad, Pedro Acevedo.

Se habla de unas 300.000 personas, pero es un dato enteramente especulativo, basado en cifras del censo de 2010 y la Encuesta Enhogar 2012.

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