Enero tiene sus misterios, es pereza también reto. Cada año la evocación de Jano, sus dos caras, la puerta para entrar y salir, inicio y fin, pasado y porvenir. Enero y sus 31 peldaños, las cabañuelas y los augurios. En cada día una historia, una promesa, la eventualidad del éxito, el repudio al fracaso. El odio y el miedo revueltos y acechando por doquier con su secuela de violencia, intolerancia, desaciertos. Drones, asesinatos, incertidumbre, peligro. Aquí con un calendario de efemérides y conmemoraciones desde el día uno hasta el último del primer mes de un bisiesto. Presentes la patria, la religión, la fe y el sacrificio.
Y entre la sorpresa de abrazos y ternezas, rencores redivivos y el indetenible patíbulo mediático que maltrata honras y agrede sin pausa, diseñado con buril perverso, conmueve el recuerdo de Rosa Duarte Díez. El día 4, marcado por el asesinato de Héctor Méndez y la secuela de infortunios que persiguió el proceso penal para abocar en la nada. Secuela macabra, útil para la mortificación y la deshonra de los desafectos de entonces, la reivindicación de la ilustre hermana del patricio, sobrecoge. Ocurre en el mes del nacimiento del prócer, como si el hermano clamara por ella. Una página de este periódico en su edición del día 4 ha servido para que el escritor periodista, Luis Martín Gómez, pida un cenotafio, un lugar sin huesos ni cenizas para honrar a Rosa Duarte Díez. Más que sugerencia ruego, más que solicitud demanda.
Triste fue el destino de la octava hija de Juan José Duarte Rodríguez y Manuela Díez Jiménez, hermana solidaria de Juan Pablo Duarte, comprometida con la fundación de la República. No sólo colaboró con la causa mientras el insigne estaba ausente, sino que sufrió la desolación del destierro para ratificar la aseveración de Emiliano Tejera sobre el hogar Duarte Díez “mansión de dolores”, “reducto de pobreza, desanimo, enfermedades y aflicción.”
Gracias a su decisión, las planchas de plomo que el padre vendía en su almacén se convierten en balas para la batalla. Como si no bastaren las críticas que empañan la hazaña del hermano, la descalificación a sus Apuntes, que han servido para conocer azares y glorias del fundador de la patria, pretenden desprestigiarla.
Rosa deja sueños y vida en la tierra donde fue mecida su cuna. Despide al novio Tomás de la Concha sin saber que era el último adiós. Sostén, albacea, soporte emocional de la familia abatida se convierte en la cuidadora de Manuel, el hermano perturbado.
La orden de expulsión de la familia Duarte Díez, notificada por el Secretario de Interior y Policía, ejecutor de la voluntad de Pedro Santana, obliga la salida. El 19 de marzo del año 1845, primer aniversario de la batalla de Azua, como destaca el presidente del Instituto Duartiano, Wilson Gómez Ramírez, en un trabajo publicado en el Boletín del Instituto, sale la familia rumbo a Venezuela. 24 años tenía entonces Rosa. Declarada “Heroína de la Patria” por el Congreso de la República en el año 2018, muere con el deseo de regresar a la patria, tal y como lo expresa en intercambios epistolares recurrentes. Falleció a los 68 años, un 25 de octubre, sin satisfacer el deseo de morir “donde se meció mi cuna, en donde únicamente se encuentra el verdadero reposo, la verdadera felicidad.”
Los restos de la heroína de la patria no existen, desaparecieron. Fueron removidos del Cementerio General del Sur -Caracas- tal y como afirmara la historiadora Cecilia Ayala Lafée, descendiente de la familia Duarte-Díez en un encuentro con Antonio Frías Gálvez en el año 1976 y le reiterara, en una entrevista, a Luis Martín Gómez.
“La historia permite el cenotafio o tumba vacía para rendir tributo a los héroes y personas prominentes, cuyos cuerpos no se hayan encontrado.” La circunstancia exige hacerlo, es una forma de regreso y permanencia, como postula Luis Martín Gómez. Este es el año del bicentenario del nacimiento de Rosa Duarte Díez, momento para el cenotafio.