Su impacto inicial.
Es generalizada la afirmación de que la Revolución Bolchevique fue el acontecimiento más importante del Siglo XX, de un siglo en el que hubo dos guerras mundiales, transformaciones sociales, tecnológicas y científicas como en ningún otro de la historia de la humanidad. Esa revolución constituyó la más intensa y expandida esperanza de transformación del mundo bajo el signo de la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los procesos de cambios en ese y todos los siglos anteriores de la Historia. Fue la revolución que mayor cantidad de seres humanos vivieron su embrujo, el de mayor diversidad de identidades nacionales y países se vieron envueltos y la que con mayor pasión fue defendida por intelectuales, científicos y colectividades en todo el mundo, durante sus primeros 40 años de existencia.
Eric Hobsbawm, en su Historia del Siglo XX, cita el sorprendente resultado de una encuesta Gallup en los Estados Unidos en 1939, en que a la pregunta sobre a quién quería que surgiese como vencedor entre Alemania y la URSS, un 83% respondió que favorecía a esta última. El mundo vivía entonces el embrujo de la Revolución Bolchevique que se proponía liberar el mundo como lo predicaron sus principales líderes, Lenin y Trotski, que creían que esta era solo la antesala de la revolución mundial. Trotski escribió varios textos explicando las razones de la necesidad de esa revolución mundial para poder consolidar la bolchevique. En tal sentido, esa idea involucró a todo el movimiento revolucionario del mundo y contó con el apoyo entusiasta de lo más granado de la intelectualidad de la época.
La ilusión de una redención de la humanidad en que se envolvió la Revolución Bolchevique no fue algo exclusivo de ese proceso, los grandes momentos revolucionarios anteriores y posteriores a ella en diversos países se plantearon objetivos liberadores que se justificaban en un ideal redentor que impulsaban a las masas a apoyar esos procesos de cambios. Pero, como todo proceso de transformación la tensión entre la continuidad de elementos básicos en que descansaban el antiguo orden y los elementos en que se basarían en nuevo cambio tendían a constituirse en el trasfondo de una sorda discusión entre los principales dirigentes de la revolución. Esa tensión se reflejó en las discusiones en torno al carácter de la revolución, las medidas económicas, la institucionalización, la organización del Estado y del partido, los organismos de seguridad y la revolución mundial.
La pronta inhabilitación de Lenin a causa del atentado contra él cometido por una extremista de izquierda y su relativamente prematura muerte determinaron que las discusiones se centraran básicamente entre las facciones encabezadas por Stalin y Trotski, dos personalidades diametralmente opuestas. El primero venció al segundo y eso, entre otros factores, determinó que se estableciera un modelo de socialismo centralizado, de partido único, negador de las más elementales libertades en plano de la producción de la ciencia, la tecnología, el arte, la cultura y del pensamiento intelectual. La incapacidad del modelo para dar respuesta a las más elementales demandas de bienes y servicios de la población, la pérdida de la batalla económica con un capitalismo que luego de la Segunda Guerra Mundial logró los más altos niveles de producción y de transformación social jamás logrado por ese sistema, elevando el nivel de vida de vastos sectores de la población a niveles altamente significativos, a la postre contribuyeron al derrumbe del socialismo soviético.
Sin embargo, la revolución logró profundas transformaciones en el orden científico/técnico y de todo el sistema productivo le permitieron, de incorporación de la gente al consumo que le permitieron vencer la embestida del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y con ello salvar no solo la revolución, sino, paradójicamente, salvar el sistema capitalista mundial. Dice Hobsbawm que: “solo la alianza -insólita y temporal- del capitalismo liberal y el comunismo (…) permitió salvar la democracia”. La derrota de la Alemania de Hitler fue esencialmente obra del Ejército Rojo”. De los 72.5 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial, se calcula que 26.5 fueron de la URSS, quizás esa haya sido la mayor contribución de la revolución para salvar a la humanidad de un holocausto que se inició con la limpieza étnica contra un pueblo y que pudo haberse expandido a todo el mundo.
La Revolución y los supuestos básicos del socialismo.
1. El fin ineluctable del capitalismo altamente desarrollado, al no poder superar la contradicción que supone el carácter cada vez más social de su producción y la concentración de la propiedad de esa producción en pocas manos.
2. La clase trabajadora, productora de esa riqueza social, se apropiaría de la misma organizándose como clase revolucionaria en un partido como instrumento fundamental no solo para lograr su emancipación como clase sino para emancipar a la humanidad toda.
Ese carácter histórico o ineluctable del socialismo presenta varios problemas teóricos que se han demostrado fallidos o insuficientes. En el caso la Revoluciona Bolchevique, el primer problema posiblemente reside en que esta surgió en medio de la Primera Guerra Mundial, en la cual muchos miembros de la clase obrera rusa, de por sí relativamente poco numerosa murieron en el frente, otra parte importante murió defendiendo la revolución contra la contrarrevolución armada y otra murió durante la hambruna del 21 al 22. Fue tal el impacto de esa hambruna y la guerra civil, que ciudades como Leningrado y Moscú perdieron el 57.5 y el 44.5% respectivamente de su población. En tal sentido, el sujeto histórico del socialismo: la clase obrera, antes y durante la revolución tuvo un peso significativamente limitado.
Durante el proceso revolucionario, la dirección efectiva de la estructura productiva fundamentalmente industrial recayó en los cuadros del antiguo régimen y, en el aspecto relativo al control real del poder coercitivo, el Estado Mayor del ejército recién creado por Trotski fue integrado básicamente por oficiales del ejército zarista. Félix Dzerzhinski organizó la cheka, la temible policía secreta creada como medida excepcional y coyuntural para combatir la contrarrevolución armada apoyada por las potencias extranjeras luego se transformó en el aparato de coerción institucionalizado para combatir la disidencia interna, sin importar signos ideológicos, grupo o clase social ni personas. El limitado peso de la clase obrera y del desarrollo de la tradición democrática en Rusia determinaron que durante su periodo de consolidación la revolución se apoyase básicamente en las organizaciones de la clase obrera férreamente controladas por el partido y en un campesinado que siempre desconfió del ideal comunista.
Sectores del campesinado se “proclamaban bolcheviques, pero no comunistas porque los comunistas no permiten la propiedad individual”, un dicho que según E.H. Carr, en una ocasión se le oyó repetir a Lenin. Un campesinado con esa confusión identitaria y una clase obrera sometida al rigor del sistema de producción intensivo y estresante llamado comunismo de guerra, cansada y casi diezmada por las guerras, como sujeto de la revolución fue sustituida por el partido, el cual en los primeros diez años cayó en manos de Stalin que eliminó física y moralmente todo tipo de disidencia, entronizando un modelo de socialismo que terminó trágicamente, como lo predijeron los más brillantes dirigentes comunistas rusos y de Europa, entre los que se destacaron Trotski y Rosa Luxemburgo, del Partido Socialdemócrata (comunista) Alemán.