Debemos tratar de establecer un diagnóstico correcto
Ante la visible, palpable y sentida crisis económica mundial prevaleciente en medio de la pandemia, también se expande como un estallido nuclear el terremoto sanitario que incide directamente sobre la calidad y la cantidad de atenciones de salud que se ofrecen a la población en general, así como a particulares.
Las emergencias de clínicas y hospitales han estado operando a plena capacidad, obligando al personal médico a reducir el tiempo de consulta, así como a derivar a los enfermos a otras instituciones, o a sus hogares para observación.
La consigna parece ser la descongestión de las áreas críticas de las salas de urgencia y de cuidados intensivos a nivel general. Por encima de cualesquiera que sean las circunstancias debemos tratar de establecer un diagnóstico correcto para de ese modo implementar la terapia que corresponde.
El cuerpo humano se asemeja a un moderno automóvil que viene con un tablero electrónico de luces y señales sonoras y escritas que indican cuando se produce una falla, o se requiere llenado de combustible, chequeo de aceite, o más frecuentemente la colocación de los cinturones de seguridad en el conductor y pasajeros.
Nunca olvidaré lo costoso que me resultó allá por la década de los ochenta del pasado siglo, cuando regresé al país luego de 15 años de ausencia, trayendo conmigo un vehículo nuevo exonerado. Apenas transcurridas unas dos semanas mientras transitaba por el área metropolitana en la ciudad capital noté cuando varios indicadores lumínicos centelleaban en la pantalla.
Momentáneamente ignoré los anuncios con la esperanza de poder llegar hasta una estación de gasolina y pedir auxilio mecánico. A solo una cuadra del establecimiento de expendio de gasolina el bendito carro se detuvo y se apagó.
De nada me valió mover la llave de la ignición, el motor negó el arranque.
Caminé hasta la gasolinera en donde contacté al dueño del negocio quien me asignó a uno de sus técnicos para que me acompañara hasta el averiado vehículo. El perito automotriz llevaba consigo un juego de llaves mecánicas y un alicate tipo pinza, amén de un sencillo multímetro denominado “tester”.
Lo que aquel operador automotriz hizo no tiene nombre. Empezó cortando cables, al tiempo que balbuceaba: “todo este alambrerío está de más”.
La condición del enfermo, perdón traté de decir del auto empeoró, por lo que hubo que empujarlo hasta el taller. Fue necesario llamar a la agencia que representa la marca del automóvil en el país a fin de que enviaran una grúa y así transportar mi vehículo a sus talleres.
Aquella gente se llevó las manos a la cabeza cuando vieron las incisiones, amputaciones y cortocircuitos llevadas a cabo por el aprendiz de mecánica automotriz. Tratándose de la versión americana de un vehículo europeo, la empresa comercial me explicó que debía dejar interno mi auto hasta que ellos recibieran los planos electrónicos y recomendaciones de París.
Al mes de hospitalización terminaron cambiando el sistema electrónico convirtiéndolo en un ordinario modelo que finalmente acabé vendiéndolo como chatarra.
Algo parecido sucede al acudir a una sala de urgencias sin doliente financiero, ni un buen seguro médico. Si tienes fiebre, dolor general y tos te etiquetan de probable covid-19 y “por ahí María se va”. Con una mejor suerte te inyectan un analgésico, acompañado de una receta y de nuevo rumbo a tu casa. Pacientes conducidos a distintos centros de salud arriban a la morgue sin diagnóstico y por ende sin tratamiento apropiado en vida.
Pacientes conducidos a distintos centros de salud arriban a la morgue sin diagnóstico