Vamos mal, pero no lo aceptamos. Peor aún, no hacemos nada para ser diferentes en las próximas décadas. Pero en cada espacio hablamos de forma angustiada de la maldad, la deshumanización, de la transgresión a las normas cívicas, el vandalismo, el raterismo y la forma tan salvaje con que se le quita la vida a alguien por un celular, unos tenis, un par de pesos, un rose automovilístico, por una pequeña diferencia familiar o de pareja, alguien se encarga de silenciar la vida. Ante todo esto, seguimos sobreviviendo autoengañados de percibirnos como los nuevos ciudadanos, los hombres y mujeres de la posmodernidad; pero sabemos y practicamos los comportamientos incívicos en todos los lugares, que dañamos la educación de los hijos, que practicamos los malos ejemplos, que dañamos el urbanismo, las buenas costumbres, y socializamos conductas no éticas; casi el 20 al 30% de la población practica conductas antisociales de forma tan habitual que parecemos una sociedad de cerebros dañados.
Es difícil construir una ciudadanía ética, responsable y comprometida, hacedora de lo correcto, bajo los indicadores en que nos encontramos: homicidios, feminicidios, delincuencia, corrupción, evasión, fraude, complicidad, raterismo, violencia social e inseguridad. Si estudiamos los comportamientos ciudadanos a través de las cámaras de video vigilancia donde a diario queda registrado todo tipo de delitos: tirar papeles, orinar
donde nos parezca, comer donde sea, pagar para violentar derechos, poner en peligro a los demás, despreciar a embarazadas, envejecientes, discapacitados, y niños y niñas en condición vulnerable. De seguro que hemos perdido la capacidad de asombro, la honestidad, la reciprocidad, el altruismo, la solidaridad y el respecto por los derechos de los otros. Sin embargo, algo nos dice como hemos llegado a los comportamientos incívicos, a transgresión y ha estilos de vida incorrectos. Me preocupa la patología social, la cultura de la violencia y la desmoralización social, con causas recurrentes, sin sistema de consecuencias. La construcción de esa ciudadanía deteriorada, de percepción desesperanzada, de hábitos tóxicos y de vida casi miserable, cuando se habla de calidad y calidez de vida, de dignidad y felicidad para ser derramada con humanismo. Esa construcción tiene que ver con el sistema de creencias distorsionado y limitante que culturalmente refuerza el pensamiento de que: “a los dominicanos les gusta lo incorrecto” “nadie arregla esto” “somos tramposos” “cuando decimos que no, es que si” “hablar mentira para quedar bien, no es mentira” “Maquiavelo nos queda chiquito” etc. vivimos aceptando que ni la educación, ni las leyes, ni la espiritualidad, ni los padres, ni los nuevas generaciones podrán cambiar el comportamiento social del ciudadano dominicano.
La otra parte causal es, visibilizar y contextualizar la parte epi genética de nuestra identidad y de nuestro ADN, que ha cambiado y modificado nuestra forma de pensar y de comportarnos, demostrando dificultad para poder organizarnos, ser diferentes, buscar lo correcto, practicar la bondad, la justicia, la equidad, la honestidad, el derecho por los demás, y la garantía de la construcción de un nuevo ser social llamada: la nueva ciudadanía, comprometida y responsable, democrática, humanista, con derechos, de palabras, de acciones y de compromiso para las nuevas generaciones.
El tener que observar lo dañado que se encuentran el tejido social, la práctica de la maldad, la recurrencia de los delitos, los homicidios sin piedad, el salvajismo y el bandolerismo, la falta de resaca moral y de sistema de no consecuencias; ante todo eso, libre de pesimismo, de crisis política, de ausencia de una clase gobernante, de la disfunción familiar y de la debilidad institucional y cultural de la identidad dominicana.
Pienso y reclamo, que se debe trabajar en diferentes direcciones para una sociedad pacífica, armónica, justa, equilibrada, de cultura de paz, de no me dañes, no te daño, de reciprocidad, de altruismo y de solidaridad; pero también de vivencia con derechos y deberes, de compromiso, de equidad y de humanismo. Esa nueva ciudadanía hay que construirla en el presente y para el futuro hasta cambiar el sistema de creencias, las actitudes emocionales negativas, la cultura y la espiritualidad del nuevo ser social dominicano, para parir una ciudadanía pacífica y de la cultura del trátame bien. El perfil, la identidad y la ciudadanía dominicana, para ser pacífica, de corresponsabilidad, hay que construirla a través de una nueva cultura que forje el carácter del dominicano hacia la tolerancia, la diversidad, el autocuidado, consensuar, ceder, negociar y reflexionar, para ser pacifista y de paz.