La lógica del prejuicio prevalece frente a un fenómeno de características excepcionales: el éxito de la diáspora. Fatalmente incomprendidos, pero de una efectividad en la economía que podría reputarlos de vital para el país.
El problema esencial de una falta de entendimiento de la realidad de nuestros compatriotas en el exterior obedece a la dosis de prejuicios acumulados como resultado de, equivocadamente asumir, la diáspora en función de las características del primer ciclo migratorio post guerra de abril de 1965.
Existen distancias entre los primeros que se establecieron en New York bajo la sombrilla de políticas migratorias de apertura y tolerancia, sin importar las escasas destrezas idiomáticas. Después de medio siglo, las universidades están llenas de hijos y nietos de los que arribaron conscientes de regresarían pronto. Jamás lo hicieron. Ahora bien, sus descendientes obtuvieron títulos universitarios y se insertaron en la sociedad estadounidense con una efectividad espantosa.
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Aquí siguen equivocados respecto de los de allá. Insltalados en el memorial de prejuicios no entienden de los cambios y evolución. Inclusive se resisten a entenderlo porque representa el camino más corto para no reconocer sus méritos y trascendencia.
La resolución de la JCE tendente a conculcar el pleno ejercicio del derecho al voto en las primarias, sin proponérselo, reitera las bases del prejuicio alrededor de los dominicanos en el exterior. Y en el terreno de los hechos, buenos para remesar y mantener a flote la situación financiera del país, desafortunadamente asumidos como ciudadanos de segunda categoría, desde el momento que, violando la carta fundamental, restringen su participación en los procesos internos de las organizaciones partidarias.
Lo cierto es que, un esfuerzo del órgano electoral, orientado para ampliar la participación en las elecciones del 2024, salta y/o excluye el derecho de participación en la competencia de los partidos políticos, liquidando el factor de representantes en el exterior, al aniquilar que los electores ratifiquen o procuren nuevas opciones que lo representen.
En esencia, los tratan como ciudadanos de segunda categoría. Los limitan, atropellan y las organizaciones beneficiadas con sus votos, desde el poder, rinden tributo al régimen de complicidades, decidido a no someterse a la consideración de los que no actúan a la hora de elegir, inspirados por la cultura clientelista.
¡Qué pena!