Claras excepciones a la supresión de restricciones. La República Dominicana, como han dejado en claro las autoridades sanitarias, no es un país que se ha apartado de compromisos con las medidas que deben contrarrestar los contagios del coronavirus SARS-CoV-2, exacerbados por la variante ómicron, y sus efectos que incluyen la mortalidad.
Si bien los declinantes índices de propagación, internamientos hospitalarios y defunciones abrieron espacio para restar intensidad a las normativas de protección personal, persisten las condiciones de zona de epidemia para el territorio nacional.
Sigue siendo imprescindible someterse en específicos lugares de particulares riesgos a los protocolos dirigidos a proteger la salud de quienes allí coincidan, pues el proceso de inmunización colectiva no ha llegado a la proporción demográfica de alta salvaguardia.
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Lo que ha ocurrido después de la suspensión de restricciones es que la mayoría de los transeúntes continuaba embozada en espacios abiertos y cerrados, conducta de sentido común que probablemente disminuya pero que responde a un saludable instinto de conservación.
Quiere decir que una buena parte de la población sabe cuidarse espontáneamente, que no actúa por imposiciones aunque la tal obligación nunca prosperó en sectores de una renuencia visceral a los límites inherentes al civismo.
Esta pausa en las limitaciones prescritas es una oportunidad para que la colectividad se muestre merecedora de la confianza depositada, cuestión de no tener que volver atrás.