Agradece a Dios y a la suerte estar vivo aunque su cuerpo está marcado por mutilaciones y cicatrices debido a las situaciones arriesgadas en las que se ha involucrado. Pero a pesar de haber enfrentado a la dictadura de Trujillo, peleado en la Revolución de Abril, ingresado al país con dos guerrillas y sufrir la amargura del asesinato de un hijo, la experiencia más comprometedora por la que atravesó fue una delicada operación de un aneurisma abdominal de aorta, tan grave que los médicos reunieron a su familia para explicarles los riesgos de la cirugía, “más peligrosa que una de corazón abierto”. También sobrevivió al procedimiento.
Claudio Antonio Caamaño Grullón, bautizado “El guerrillero solitario” en la ocasión en que quedó desamparado en las montañas y “Sergio” cuando se entrenaba militar y políticamente en Cuba, salió de cinco horas en el quirófano, intervenido por tres cirujanos, dos anestesiólogos y un cardiólogo hace menos de dos meses y ya practica ejercicios, camina dos horas diarias, se dedica a sus labores de empresario agrícola y de agricultor y hasta hace campaña proselitista a favor del partido al que pertenece.
“Habían previsto pasarme siete pintas de sangre, cuatro días en cuidados intensivos y entre y ocho o diez de internamiento y no tuvieron que transfundirme a pesar de haber permanecido abierto por tanto tiempo, no estuve en intensivos un día completo y apenas pasé la mitad del tiempo ingresado en Corazones Unidos”, cuenta Claudio, hoy más jocoso, lúcido, recuperado, crítico y locuaz.
Los eficientes médicos le dijeron que tan rápido restablecimiento se debe a que posee “buenas condiciones físicas, una presión normal y estoy bajo de peso”.
Para muchos, que Claudio esté vivo es un milagro. Las contingencias le han quitado el sueño y consumido su anatomía. Cuando desembarcó por playa Caracoles acompañando a su primo Francis fue abandonado por uno de los expedicionarios que también se libró de la muerte tras caer en una emboscada en Los Mogotes, refiere. “Hirieron a Mario Nelson Galán Durán y a Juan Ramón Payero Ulloa, yo logré sacarlos, ese otro no cayó, él podía tenderse en el suelo y barrer con los que estaban disparando y lo que hizo fue irse y entregarse al día siguiente en Villa Altagracia”, expresa.
Quedó en las lomas con el corazón destrozado por las pérdidas de sus compañeros y con las vértebras rotas, “perseguido por 22 mil guardias, tuve varios combates de noche y logré entrar a la capital por Engombe”, narra aportando detalles inéditos de ese momento cuando logró telefonear a un considerable número de amigos que colgaban al escuchar su voz y su nombre, uno de ellos, revela, fue el doctor Jottin Cury. La supervivencia de la segunda vez fue espectacular.
“Todos los Caamaño eran trujillistas…”.- “No era mejor preparado que mis compañeros de guerrilla y han matado tanta gente a mi lado que creo tener vida gracias a que el Señor me ha protegido y a la suerte. Me curé solo en el monte, confiesa Claudio, fiel creyente católico que confiesa y comulga.
La gratitud hacia quienes lo salvaron y la euforia por estar curado parecen ser motivos para hablar de su agitada historia personal. Se extiende cuatro horas en relatos desde que estudió con los salesianos hasta el presente.
Pese a ser hijo de un militar de la tiranía se rebeló contra el régimen en la adolescencia y fue confinado a La Majagua, un campo de Sánchez, luego de que su tío abuelo Cholo Villeta lo librara del interrogatorio del SIM por su participación en varias conspiraciones.
“Todos los Caamaño eran trujillistas, menos yo”, significa. Su padre, el capitán César Caamaño Mella, “era un cuadro del trujillismo”, dice. En su obligado exilio solo recibía cartas y “unos cuarticos” de su primo Francisco Alberto y de Juan José Ayuso con quienes afirma haber combatido el trujillismo.
Claudio es un gran enamorado que compartió el amor con Rosa Adelina Bidó Burgos, Miledys Acevedo, la cubana Mirtha Ferreras y ahora y por siempre con Fabiola Vélez Catrain. Es el padre de Dionma, Cania, Carena, Manfredo, Francisco, Claudio, Claudina y Javier.
Revela sus actuaciones como miembro de los Cascos Blancos, las relaciones con Antonio y Segundo Imbert Barreras, los entrenamientos en Panamá y Cuba, conspiraciones en la Policía, a la que perteneció, la experiencia de la guerra de 1965 que le dejó dos dedos mutilados, un hombro, un brazo y una pierna heridos, entre otros recuerdos. Era el cuarto hombre en la contienda, después de Francis, Montes Arache y Lora Fernández.
Conversa sobre el arrojo de su primo no solo en abril sino en Cuba y en los aprestos del desembarco guerrillero. Destaca los adiestramientos que recibió y los que trasmitió a Claudio. Relata las serias diferencias con él que lo llevaron a enemistarse, sin embargo, Francisco Alberto logró contagiarle de tal modo sus ideales que no solo lo acompañó en su incursión al país en 1973, sino que tras la muerte del héroe volvió en un segundo desembarco con Manfredo Casado Villar y Toribio Peña Jáquez.
Custodió al expresidente Juan Bosch en septiembre de 1965, quien le exigió 25 oficiales para su escolta y define su temperamento y personalidad y la supuesta traición a Caamaño. Muchos otros nombres surgen en la movida entrevista matizada de detalles.
Sufrió deportaciones y exilio. Bombas, tanques, fragmentos, morteros, impactaron su resistente anatomía y al igual que a los de esta grave operación cita a los médicos que en cada ocasión le han curado. Muestra la gran cicatriz de la reciente cirugía y se extiende en contar el proceso de ese aneurisma cuya existencia no sospechaba. Fue descubierto en un examen de rutina.
Muchos otros jefes constitucionalistas no recibieron tantas agresiones físicas en la conflagración de 1965, se le observa, y con su estilo directo y franco responde: “A todo el que peleó de verdad lo hirieron”.