Toribio Peña Jáquez, uno de los guerrilleros que vino en la expedición de Caamaño, no se desvinculó del grupo para llegar hasta Santo Domingo a cumplir encargos de su líder, como se ha dicho. Se extravió tratando de reencontrarse con una parte que desembarcó primero, ya que había buscado infructuosamente a los demás, que aguardaban en el Black Jack, la embarcación adquirida en Antigua por Hamlet Hermann, enviado a esa misión por ser el único que hablaba inglés y francés.
El bote de goma hizo agua cuando bajaron seis de los expedicionarios. Peña Jáquez, quien fungía de maquinista, salió a buscar a unos y otros y al no hallarlos abandonó la barca, llegó a la carretera y detuvo un vehículo que lo transportó a la capital.
“Se perdió. Me dijo en Cuba varias veces que no tenía sentido de orientación”, asevera Claudio Caamaño, quien hizo los relatos.
Habían descendido Mario Nelson Galán, Ramón Holguín Marte, Alfredo Pérez Vargas, Francisco Alberto y Claudio Caamaño y Peña Jáquez. “Cuando bajó el séptimo, Juan Ramón Payero Ulloa, el bote por poco se vira. Después Hamlet se excusó diciendo que había pedido un bote de tales y cuales características pero él no se ocupó de revisarlo y no dijo nada, fue una irresponsabilidad suya”, expresa Claudio quien narra que en el momento “Caamaño le dijo de todo” a Hamlet.
Relata que con el objetivo de encontrar la lancha, “Caamaño, que estaba dado al diablo con Hamlet Hermann”, pidió a dos de sus hombres caminar 20 minutos hacia la izquierda, uno y otro hacia la derecha “y se van mientras Caamaño decía cosas muy serias sobre Hamlet, como que nos reuniéramos a decidir qué hacer con él, que creó el problema, estaba muy molesto”, narra Claudio, quien replicó al jefe que él era tan responsable como Hermann porque fue quien le encargó la adquisición.
Antes del tiempo acordado, añade, retornó Galán e informó que el bote estaba en la playa, “entonces comenzamos a prepararlo y pedí permiso a Caamaño para ir donde desembarcamos a ver si veía a los demás”, refiere Claudio.
Habían desembarcado a las 8:00 de la noche y aproximadamente dos horas después “veo como dos caquitos, me tiendo sobre las piedras, le quito el seguro al fusil para llevármelos a todos y Lalane José, que era tuerto pero que en el otro ojo tenía mucha fuerza me identificó: “¡Sergio, Sergio, Sergio!”. Claudio asegura haber recibido un susto insuperable y se acongoja repitiendo: “Estuve a punto de matar a mis compañeros”.
Se reunieron todos llamando a Toribio del que creían había caído al agua.
Claudio ofreció esos detalles luego de contar su salida de Cuba con pasaporte venezolano. Antes los llevaron a los mejores hoteles y restaurantes cubanos y les enseñaron a comportarse para no llamar la atención. Praga, Moscú, Frankfurt, Río de Janeiro estuvieron entre los países de su ruta en ese frío comienzo de 1973.
Saldrían desde Antigua pero a Caamaño y sus cuatro acompañantes no les permitieron entrar a esa población porque sus pasaportes eran colombianos y no estaban visados. Los restantes navegaron hasta Guadalupe desde donde salieron todos hacia Isla Pájaros a recoger uniformes, armas y dinero que les enterraron los cubanos.
Previamente, y quizá cumpliendo con el plan de encubrir sus identidades, Hamlet ofreció una fiesta en Antigua en la que participaron turistas anclados en el puerto. Claudio, quien pasaba como ganadero y médico, debió atender a un millonario norteamericano afectado de obstrucción intestinal y acertó en el tratamiento.
Salieron de Guadalupe el 26 de enero venciendo un mal tiempo al sur de Puerto Rico “y cuando amaneció, Caamaño, que era el único marino me ordenó: ‘¡Da la vuelta para atrás, Sergio!”. Habían pasado Barahona y estaban llegando a Alto Velo. Les tomó tres días devolverse en medio de la tormenta, refiere “el mejor timonel del grupo”.
El viento rompió las velas y pararon a repararlas. Llegaron el 2 de febrero. Caamaño mandó a Claudio: “¡Para proa al fondo de la bahía!”. Cerca estaba la Base Naval de Las Calderas y el jefe, tras observar con binoculares si divisaba algún conocido, exclamó:
-¡Todo el mundo fusil al lado, sobao, con un tiro en la recámara!, preparándose para si entraba un barco hacer presos a sus ocupantes.
Tan pronto entraron a la bahía de Ocoa Caamaño ordenó a Toribio encender el motor y darle máquina pero no respondía y al revisarlo se descubrió que había perdido la hélice durante la tempestad.
“Tuvimos que entrar poco a poco a base de vela. Llegamos a siete kilómetros y Caamaño mandó echar el ancla. Al atardecer pasaron pescadores y saludamos. Se hizo de noche y dispuso poner proa entre dos luces que se veían, eran Las Charcas y Estebanía”. Bajaron las velas. Y ahí es donde se produjo el percance de la balsa.
Acuerdo con Amaury. Francisco Alberto dijo que iban a caminar hacia la carretera Azua-Cruce de Ocoa. Hicieron ese recorrido ya uniformados de verde olivo, armados de fusil y con mochila, aunque Caamaño no portaba nada pues con el contratiempo debió dejar su equipaje. No tenía ni abrigo.
Alrededor de las 5:00 de la madrugada, estando cerca de Estebanía, Caamaño indicó que detendrían un vehículo, él, si procedía de Santo Domingo y Claudio si de Azua. A Claudio le iba a tocar un camión tanquero, pero Francis dijo que no y al poco tiempo subieron a un carro cuyo chofer, “Pirindingo”, y su hijo, venían de Estebanía. Posteriormente abordaron un camión con un pasajero que los dejó en Cañada Cimarrona. Continuaron a pie y amaneciendo los alcanzó “un Land Rover conducido por Félix Bobote” y el coronel pidió que los llevaran donde el alcalde de La China.
Este, suponiéndolos guardias les preparó espléndido desayuno. Escolares del lugar se sorprendieron de esa presencia y Caamaño les brindó galletas y dulces comprados en la pulpería, pues los guerrilleros andaban con muchos pesos y dólares que administraba Claudio por ser el logístico y encargado de salud. “La Inteligencia solo la sabíamos Caamaño y yo”.
Payero Ulloa estaba muy débil y el alcalde les proporcionó mulos con árganas e hicieron la marcha hacia El Cercado, donde llegaron poco después del mediodía, unos a pie.
Los expedicionarios, cuyo comandante se identificaba como el coronel Román, del Instituto Cartográfico Militar, ignoraban que “Bobote” era miembro de un pelotón del área que los estaba esperando. No los reconoció y muy orondo fue a contarle al superior que había dado bola a militares muy importantes.
Los guerrilleros siguieron en busca de su destino: La Cienaguilla, tras un entierro acordado por Caamaño con Amaury Germán Aristy cuando este estuvo en Cuba que consistía en latas de sardina y leche condensada. “Amaury se fue y ya no volvió pero nos informó que había montado ahí una pulpería para poderse mover sin sospechas y que el entierro estaba hecho”.