La cotidianidad y la socialización en diferentes lugares representan el surgimiento de las diferencias, desacuerdos, desavenencias, frustraciones, enojo o malestar con otras personas. El lugar de las diferencias se activa donde más tiempo socializamos: familia, pareja, trabajo, relaciones interpersonales, grupales, vecinos o lugares públicos donde solemos visitar.
Los conflictos pueden ser latentes, ocasionales, circunstanciales, imprevistos o programados, donde el origen de las causas puede evitarse, gerenciarlos, prevenirlos de forma asertiva.
Existen personas con mal manejo de la ira, explosivos, impulsivos, desafiantes y riesgosos que, siempre andan con la ropa de pelear, o no barajan pleito, o “le pelan el plátano a cualquiera”. Esas personas no saben usar el cerebro para desarrollar habilidades y destrezas en saber cómo manejarse, mientras otros, si saben gerenciar sus conflictos, es decir, hay que aprender a desarrollar la empatía emocional para lidiar con sus emociones y con las emociones de las demás personas.
El mecanismo de acción-reacción, o estimulo inadecuado a respuestas desproporcionada, donde las personas por una mirada, un relajo, un chiste, un rose, un pequeño accidente, un parqueo, una diferencia o un empujón, deciden usar un arma de fuego, blanca, bate o un tubo, para agredir o le quitan la vida a una persona; Sencillamente, no saben usar el cerebro, manejar las emociones, usar la asertividad, valorar el riesgo y las consecuencias.
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En el manejo de la tolerancia, las frustraciones, decepciones, engaño, traiciones, y otras experiencias negativas, hay que enfocar el cerebro: desde posponer, ceder, retirarse, perder, hacer silencio, dar la razón, dejar pasar o planificarse para responder cuando existan las condiciones para dialogar. Los conflictos circunstanciales, que aparecen en minutos o segundos donde hay que reaccionar de forma inmediata, entonces, hay que protegerse, distanciarse, buscar refugio, asumir el control y mantener la calma.
Vivimos en sociedades de alta conflictividad dado la inequidad social, bajos niveles de educación, desesperanza, resentimiento social, estrés, abuso de alcohol y drogas ilegales, tenencia de armas de fuego, y una cultura de intolerancia que se expresa en cualquier espacio.
Si sumamos todo esto, junto a los desórdenes de personalidad, poca tolerancia a las frustraciones y a la cultura machista, es de esperarse que la conflictividad social, la violencia de género y la inseguridad ciudadana va a continuar aumentando.
Los homicidios, las muertes, el miedo y la crudeza con que se presentan en los medios de comunicación, también impactan en el cerebro de las personas vulnerables.
La clave de forma individual para no ser víctima de esa violencia social, es aprender a cuidarse, disminuir los riesgos y lugares riesgosos; después de altas horas de la noche no salir de su casa, discriminar el consumo de alcohol en lugares públicos. Pero también, el Estado debe empezar con las compañas de cultura de buenos tratos, convivencia pacífica, de tolerancia, amor y paz. Ese trabajo hay que hacerlo en escuelas, universidades, iglesias, comunidades, medios de comunicación, en el tránsito, etc.
Hay que enseñar la cultura del trátame bien: “no me dañe, no te daño”, para socializar y acompañar a los ciudadanos a vivir diferente, en ambiente de paz y de convivencia pacífica.
La violencia social y de género, la inseguridad ciudadana, proyectada hacia afuera y hacia dentro del país, habla de un comportamiento social violento y riesgoso, al que hay que parar o prevenir de forma urgente.