Es mucho lo que se ha escrito, y se continuará escribiendo, sobre el clientelismo, pues no parece haber intenciones, ni de parte de la JCE ni de los partidos que lo promueven y auspician, de erradicarlo a pesar de su efecto corrosivo sobre la representatividad democrática, pues en cada proceso electoral el voto se convierte en una mercancía que los políticos se esfuerzan en comprar a cualquier precio; así el que más recursos tiene, en este caso el gobierno de turno que administra el Presupuesto Nacional, lleva siempre la ventaja aunque la historia ha demostrado, tan recientemente como en el 2020, que no siempre garantiza el triunfo.
Estas elecciones no han sido la excepción, y por eso están ahí las reiteradas quejas de los partidos de oposición, que aunque lo denuncian de manera hipócrita también lo practican, pues ya nadie se moviliza ni sale a caravanear de gratis. Por eso hay clientelismo a gran escala, que obliga a los partidos a disponer de recursos millonarios para garantizar la “logística” con la cual motivar a su militancia, pero también a niveles más modestos, tanto que obliga a los que aspiran a un cargo electivo a endeudarse.
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Es el caso, muy comentado en las redes sociales, de un aspirante a regidor que dijo haber sido engañado y traicionado por los munícipes a los que asegura pagó para que votaran por él y no lo hicieron. Moisés de la Cruz Lorenzo, candidato a regidor de País Posible en Cambita Garabitos, se quejó amargamente de que después de haber invertido en su campaña cientos de miles de pesos que no tenía, que incluyó desayunos a los votantes el día de los comicios, solo recibió diez votos.
Vuelve ahí a demostrarse, como señalé más arriba, que el clientelismo no es una garantía de éxito seguro y automático, pues desde los tiempos de Joaquín Balaguer, padre del clientelismo dominicano, la gente sabe que puede coger la fundita, fingir adhesión y agradecimiento, y luego irse a votar por quien le dé su santa y real gana.