En el mundo de la pintura, Marc Chagall hizo del hiperrealismo, el juego perfecto para provocar que sus obras tiendan a parecer más vivas, por las apariencias, que la misma realidad. Su técnica radicaba en ocultar la certeza en todo el proceso de ejecución. Así, todo observador, terminaba creyéndose que lo simulado en el lienzo constituía un retrato de la verdad.
La vida pública, en los litorales caribeños, exhibe genuinos exponentes del mundo estructurado por el legendario artista bielorruso. Algunos andan constantemente en escena, simulan, se desdicen y articularon una reputación que se levanta como espada ante cualquier deslizamiento de inconsistencia. Sin quererlo terminan siendo esclavos de sus posturas, pues los ciudadanos observan y la rudeza del juicio es proporcional al dilatado proceso de falsificación de valores «defendidos». Afortunadamente, también existen como referencia decorosa los que no se doblan y con sus auténticas posturas allanan el camino de coherencias emblemáticas.
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Américo Lugo demostró la clásica independencia del intelectual frente al poder. El 13 de febrero de 1936, envió una carta al tirano, demostrando su verticalidad y vocación por no dejarse doblar por el presupuesto nacional. Lupo Hernández, con el decoro que tanta falta, le rechazó el Ministerio de Trabajo al doctor Balaguer porque pretendía que aceptara un decreto sin consultarlo. Hugo Tolentino cesó sus responsabilidades como canciller, al entender incompatible con sus criterios, en envío de tropas nacionales a la guerra de Irak. Referencias necesarias, anheladas y de significado excepcional ante el ejército de conversos y opiniones contradictorias, respetadas en la medida que la metamorfosis obedece a criterios sensatos y objetivos.
Los tiempos electorales sirven de terreno fértil para las inconsistencias y apostasías. El acomodo conceptual, la decencia fofa, el interés de ser simpático ante el amo de turno impiden que muchos no comprendan lo vital de, no olvidarse en el tramo final, la importancia de terminar bien.
Y no es que estamos sorprendidos. Ya antes, años atrás, percibimos en muchos las distancias entre el discurso y la práctica. Lo traumático es la simbología corroída, morderse la lengua con incongruencias y asumir posiciones en defensa de lo que por más de medio siglo se decía combatir.
La coherencia posee la carga taumatúrgica de convertir el barro en milagro, pero en el terreno de la vida pública, como en los cuadros de Chagall, todo observador sabe distinguir la dosis de simulación de los que siguen creyéndose en capacidad de engañarnos por siempre.