El enemigo apareció y para combatirlo fue creado mediante decreto un “Grupo de trabajo para la transformación y profesionalización de la Policía Nacional”. Veintiún ciudadanos tuvieron la misión de “elaborar y recomendar políticas públicas enfocadas en la reforma legal, institucional, operativa y funcional de la PN”.
El decreto fue emitido ocho meses después de iniciado el gobierno, dejaba atrás propuestas contenidas en el “Programa de gobierno del Cambio”. En el acápite “sociedad segura y protegida” se establece todo lo concerniente a la “reforma policial integral”, reivindica la ley orgánica de la PN y prevé, para los primeros 100 días de gobierno, “la implementación de un programa de saturación de presencia policial en determinadas demarcaciones, a partir del análisis del comportamiento del delito”. Sin demérito y conociendo las falencias de la institución policial propone la aplicación de lo dispuesto en la Constitución y las leyes vigentes. Grande fue la sorpresa cuando desde el centro del poder y avalado por los distinguidos integrantes del Grupo comenzó una feroz y demoledora campaña contra la PN.
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En ese cuerpo armado, técnico, encargado de salvaguardar la seguridad ciudadana, prevenir y controlar delitos, mantener el orden público, estaba el principio y fin de los males nacionales. En ese colectivo, obediente al poder civil, anida el crimen.
Antes de rendir el informe con las recomendaciones, menos abarcadoras que la propuesta del Programa de Gobierno y con reiteraciones rubricadas por la quintaescencia cívica, la honra de cada miembro de la policía rodaba por las esquinas, aparejada con el irrespeto colectivo y la burla al uniforme. El resultado de ocho meses de trabajo fue recibido con algarabía, las sugerencias produjeron sus decretos y entre fideicomiso y Comisión Ejecutiva para la implementación de los planes, estrategias y políticas de transformación y profesionalización de la PN, el artículo 2 del decreto 2-22 establece que la Comisión Ejecutiva tendrá un “comisionado ejecutivo”, con siete atribuciones y la primera es dirigir e implementar todos los planes y acciones tendentes a la reforma del organismo. Entonces, llega el salvador. Una linterna mágica descubre la persona que, entre descalificaciones, insultos e intromisión inconcebible, transformará una institución llena de imbéciles corruptos. Mediante decreto fue designado el hombre adecuado para ejecutar la misión salvífica. Desde el principio su empeño fue y ha sido, denostar la inservible institución que, gracias a él, se convertirá en algo diferente. El comisionado luce comisario, sus agravios son públicos e irrefrenables. Los rumores difunden el descontento que producen las tropelías del omnipotente gestor. En lugar de apaciguar sus ímpetus de gobernador de colonia, el hosco iluminado acrecienta su poder porque sus acciones parecen no tener consecuencias. Sus humillados y ofendidos, como si fueran masoquistas, aplauden complacidos. Parece que el comisionado sabe apretar como Pepe, el de aquella cumbia del siglo pasado. Algunos aseguran que el resultado será tan espectacular que el palacio de la PN será bautizado con su nombre. Mientras el hacha va y viene y “el español” es criticado, vale recordar que el comisionado es un encomendero, actúa “bajo la dependencia directa del presidente».