La confianza, la traición y el transfuguismo son términos que al parecer tendrán que vivir eternamente relacionados uno al otro en nuestro sistema político. Digo esto porque para que haya traición, previamente debe haber existido confianza entre el traidor y el traicionado; y con el tránsfuga también pasa lo mismo, el tránsfuga necesita de dónde irse y a dónde llegar.
La confianza según la psicología social, es la creencia en que una persona actuará de manera adecuada en una determinada situación; y se verá más o menos reforzada en función de las acciones de dicha persona. Por lo tanto, la confianza es un acto de fe, se cree en alguien esperando que la confianza depositada sea retribuida de manera correcta.
De modo que, la pregunta obligada y obligatoria sería: ¿Puede un partido político confiar en un individuo que se fuga de otro partido guiado por su interés individual? Otra pregunta que se me ocurre es: ¿Pueden confiar los electores que votaron por algún elegido cuando lo ve saltar como saltamontes de un lado a otro? Como elector uno tendría que preguntarse… ¿si este señor o señora traiciona al partido que le otorgó la confianza de llevarlo como candidato, pues que me haría a mí? Y entonces nos llega a la cabeza aquello de las promesas en campaña y cuando llegan a los cargos, si te vi no me acuerdo.
En tal sentido, lo preocupante es que el sistema en lugar de castigar al tránsfuga, prácticamente lo deja ileso, y la sociedad en lugar de repudiarlo, lo arropa, y los partidos políticos en lugar de condenarlo al olvido, pues lo que hace es recibirlo como un héroe. Un tránsfuga no es más que un traidor sin límite. Cuando se acaba el oxígeno en el lugar que le dio la proyección y el estatus que posee, pues seguirá picando de flor en flor.
La confianza puede tardar años en ganarse y puede perderse en un solo segundo. Pero…
¡Qué benévolos somos con los malditos tránsfugas!