La Iglesia nos invita a prepararnos a la Navidad. La primera lectura de hoy, Isaías 2, 1 -5 llena de firmeza nuestra esperanza. Hemos visto caerse sistemas políticos, economías, líderes, mientras que “al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor”. Nuestra esperanza es para todos: hacia el monte del Señor, “confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos”.
Viene el Señor, nos toca sacudir la rutina, no para ver qué vamos a comprar, sino “ser instruidos en los caminos del Señor”.
San Pablo escribe a los Romanos (13, 11-14ª) como si conociese nuestras fiestas navideñas: “nada de comilonas, ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”. Vístanse del Señor Jesucristo. Dejemos las actividades que se realizan en las tinieblas y “pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad”.
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Este tiempo de Adviento debería de enseñarnos a valorar la vida de una manera diferente. Cada día cuenta. En el Evangelio, (Mateo 24, 37 – 44), Jesús nos hace contemporáneos de Noe, constructor del Arca. En su tiempo, la gente vivía en “el más de lo mismo”, “la gente comía, bebía y se casaba… y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos”.
Si dejamos que la rutina se adueñe de nuestra vida, la cercana Navidad nos arrasará como un diluvio. El Año Nuevo nos encontrará resacados, pelados, peleados, avergonzados de excesos con los cuales se ofende a seres queridos y nos denigramos.
Si nos mantenemos en vela, meditando la Palabra, acercándonos en solidaridad a nuestros hermanos, celebraremos alegres la Navidad “como en pleno día y con dignidad”.
El Adviento nos alerta, hay Uno que vino, viene y vendrá. Es tiempo de caminar “a la luz del Señor”.