Los créditos de carbono podrían aplicar para la recuperación de manglares, pues estos ecosistemas tienen la capacidad de almacenar más carbono que otros bosques
Por: Mario Méndez
Aquel día en que los primeros exploradores de la isla de Santo Domingo se impresionaron por la presencia en sus costas de los dioses que cubrían con su sombra las aguas ribereñas, no imaginaron que centenares de años después sucesores con igual apetito por la fortuna se establecerían a orillas de sus más abundantes aguas para hacer negocios con el atractivo de las playas y que algunos de ellos lo harían incluso al costo de diezmar los manglares que forman santuarios ecológicos.
La miopía de algunos no les permitió reparar en que los manglares constituyen un escudo natural contra el cambio climático y que, consecuentemente, la creciente preocupación por el calentamiento global hace de la conservación de ellos y de las especies que lo habitan un atractivo turístico y a largo plazo resultan para la industria más rentable que su destrucción.
Como se trata de un tema muy serio para la vida en la tierra y la economía, al momento de honrar la deuda por la pérdida del 50 por ciento de la superficie ocupada por manglares se debe evitar distraernos en la búsqueda de culpables o inocentes. El aporte debe ser compartido por todo el sector turístico privado y el Estado.
Y hay formas de convertir el costo en una inversión y financiarla.
Una vía son los créditos de carbono, que son permisos de emisiones, a través de los cuales países industrializados que tengan un compromiso de reducción de CO2 pueden invertir en proyectos que reduzcan las emisiones en los países en desarrollo para compensar aquellas emisiones más difíciles de eliminar en sus propios territorios.
Por cada uno de los llamados bonos de carbono, una empresa o un país tienen derecho a emitir un bono por cada tonelada de dióxido de carbono o el equivalente de otro gas de efecto invernadero.
Este instrumento financiero podría aplicar para la recuperación de manglares, pues está comprobado que estos ecosistemas costeros tienen la capacidad de almacenar más carbono que muchos bosques tropicales y que, por el contrario, cuando son destruidos emiten enormes cantidades de gases de efecto invernadero.
Pero hay un camino legal que faltaría por recorrer porque aunque en el país los manglares diezmados ocupan terrenos propiedad del Estado, se hace necesario que se estructure un marco legal para que las empresas privadas que participen en su recuperación puedan ser beneficiarias parcial o totalmente de los créditos de carbono emitidos y así recuperar la inversión.
Con el esfuerzo conjunto entre el sector privado y el Estado esta carencia puede ser suplida fácilmente.
Otra forma de financiar la recuperación es con la creación de un fondo, con aporte privado o público-privado, para beneficiar a familias costeñas que puedan ser integradas a un programa de cultivo de manglares.
Hay experiencia de este tipo de América Latina. Por ejemplo, en Guatemala fueron integradas familias de pescadores a un programa Alimentos por Acciones del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación, creado para promover el desarrollo local por medio de la realización de proyectos comunitarios con impacto socioambiental.
El programa se nutre del Fondo de Desarrollo Verde para el manejo integral del paisaje en la costa Sur.
Lo cierto es que los dioses de las costas esperan por nosotros. No podemos permanecer insensibles a su llamado.