El hecho mismo de asumir la vida ya es un riesgo, desde que accionamos nos exponemos a consecuencias y circunstancias que nos ponen en contacto con el riesgo. Desde salir a caminar, montar un vehículo, viajar, ir a un concierto, asistir a una fiesta, realizar una inversión, cambiar de trabajo, hasta conocer un nuevo amor. El riesgo es una probabilidad de padecer un daño, ya sea físico, psicológico, emocional, social, laboral, económico, etc. Sin embargo, hoy sabemos que se puede identificar el riesgo, podemos olfatearlo, medirlo, ponderarlo, asumirlo, evitarlo, hasta gestionarlo. Las personas que no asumen riesgo, no crecen, no se desarrollan, no alcanzan metas, sueños, propósitos, ni objetivos. Lo mismo pasa con los que tiene miedo, que es una actividad emocional negativa, mientras que el riesgo, es una probabilidad psicosocial y socio económico.
Cada peldaño alcanzado, cada logro, cada propósito, cada éxito, cada espacio, implica algunas experiencia personales, sociales y circunstanciales, que nos abren otras posibilidades de conflictos objetivos o subjetivos, en los que podemos no valorar su impacto, su nivel de daño, su indicador de alta peligrosidad, ya sea por la actividad que hacemos, por el tipo de persona con la socializamos, o por los altos niveles de conflictos y emociones negativas: envidia, enfados, resentimiento, odio o frustraciones que otro no pueden obtener o alcanzar, o sencillamente, nosotros minimizamos el riesgo en circunstancia que lo ameritan.
Existen personas temerarias, conflictivas, tóxicas, explosivas, que expresan su enojo, su ira, su rabia y su nivel de maledicencia. Pero existen otras personas, por supuesto, la más peligrosas que son: los psicópatas, los pasivos-agresivos y los impulsivos, que tienen la capacidad de planificar, asechar y esperar, para producir un daño. Y lo más penoso, es que la persona cuanto es más humilde, o más sano o inocente, menos identifica el riesgo, menos lo pondera o lo valora, y menos se prepara para las peores circunstancias o momentos para elaborar un plan, más estratégico de prevención o minimización del riesgo y de las personas altamente riesgosas.
Es decir, los riesgos son objetivos, hay que aprender a identificarlos. Pero también, hay que saber que existen actividades, trabajo y comportamientos que son riesgosos, potencialmente de alto riesgo y de probabilidades mayores para sentirse vulnerable o predecible de ser víctima del riesgo.
En la práctica de gestionar el riesgo debemos de preparar todos los escenarios posibles que nos hacen vulnerables; prepararnos para los diferentes imprevistos, y valorar desde la reflexión, la racionalidad, la objetividad, con qué contamos para responder al riesgo, o que plan de emergencia elegimos para recibir el menor daño. A veces duele, y duele mucho, cuando somos víctimas de un enfermo, de un perverso social, o de una circunstancia que no supimos prevenir. Siempre pienso en una dosis de paranoia para prevenir o estar en alerta para el riesgo; al que nunca debemos de subjetivizar, minimizar o infravalorar de lo que nos pueda pasar; más, cuando uno vive en ciudades riesgosas, socializa en actividades que generen conflictos con personas de pobre capacidad discriminativa, con problemas espirituales, moral y humano, donde las diferencias, los conflictos y desacuerdos los llevan a los niveles primitivos, del viejo oeste, de armas a tomar, sin valorar a quién daño y cómo daño a un sistema familiar o social.
Hay que estar consciente del peligro que tenemos en vivir en un mundo y en sociedades insolidarias, deshumanizadas, desvinculadas, y de mucha carencia existencial.
Resumiendo, cada persona debe gestionar y disminuir sus factores de riesgos, pero, sobre todo, aumentar sus factores protectores. Es decir, vivir socializar y existir, para prolongar la vida, alcanzar el bienestar y la felicidad. Estos sabios propósitos se pueden alcanzar y perdurar, si de verdad aprendemos a gestionar nuestros riesgos y nuestras conductas riesgosas.