Cuando pensamos en la República Dominicana, emana de nuestro interior imágenes que nos asocian y nos conectan emocionalmente con nuestro país; entre esas imágenes pensamos en sol, en sonrisas, en café, en cacao, en béisbol, en playas, en montañas, en merengue, en tabaco, en larimar, en ambar, etc.
Además, desde el punto de vista antropológico, asociamos y recordamos que somos un híbrido étnico que genera un mosaico cultural muy rico y colorido; como decía aquel anuncio televisivo, “somos un pueblo que ríe y que canta”.
Sin embargo, un Estado no sólo se compone y crece económicamente con cantos, con sonrisas, con sol o con playas; sino que debemos tomar en cuenta otros elementos cardinales.
Debemos también recordar que en contraste con las virtudes naturales, históricas y antropológicas que posee nuestra nación, el pueblo dominicano tiene una caterva de políticos, funcionarios y malos ciudadanos que ejecutan acciones antidemocráticas y destructivas; y que esos grupos no operan pensando en la colectividad, no les interesa; la naturaleza que prevalece en ellos es la extraña sensación de destruir algo bello y con valor, en algo caótico y tétrico. Es como cuando alguien tiene algo frágil y exclusivo, pero siente un impulso malvado de romperlo. Como pueblo debemos luchar para erradicar esta destructiva conducta.
Si como pueblo queremos generar una transformación en el Estado, un cambio sustancial, visible y medible, entonces, ese mismo pueblo debe entender que la lucha no sólo corresponde a las estructuras partidistas, sino que debemos también nosotros ser parte de la misma; el pueblo mismo debe abrazar el derecho que posee, el derecho de ejercer la potestad ciudadana. Debemos velar que los funcionarios y políticos nos representen porque nosotros le cedimos esa función, son nuestros empleados. Ellos fueron electos por el pueblo para cuidar los bienes y derechos del mismo pueblo.
Es tiempo de que nosotros como pueblo comencemos a generar una transformación en el Estado e iniciar una revolución socioeconómica, bajo el marco democrático que nos ampara. No podemos ser ingenuos en estos procesos, cualquier inicio hacia una transformación en una sociedad que nunca ha gozado de un modelo de Estado próspero generará resistencia en algunos sectores; el proceso es duro, pero más duro es quedarnos donde estamos. Ahora bien, de cara a esa iniciativa, enfrentamos el desafío de responder la pregunta, ¿cómo lo haremos?
La respuesta inteligente y efectiva a esa pregunta implica volver a los municipios, a los distritos municipales, a las secciones, a los parajes, a los barrios y a los sub-barrios; también conlleva el compromiso de compartir nuestro tiempo, pasión y roce; implica además, crear un material y guía de apoyo con principios de potestad ciudadana y diseñada por personas que respondan a los intereses del pueblo y del Estado.
Estos voluntarios de la transformación servirán de ayuda en el sector que ellos residen, para que su comunidad pueda desaprender las viejas enseñanzas y paradigmas de la política maquiavélica. Los cambios no se dan a distancia, los cambios se generan cuando unimos voluntades. Los voluntarios de la transformación deberán tener una agenda que no esté controlada por las partidos políticos. Sin embargo, deben comunicar y suministrar a los funcionarios políticos que nos representan las inquietudes generadas en sus sectores.
Los agentes voluntarios de transformación no serán asalariados, son voluntarios con una trayectoria de servicio comunitario; entes sociales que se disponen para impactar positivamente su comunidad.
Es tiempo de unir voluntades que nos ayuden a articular la potestad ciudadana,
convirtiéndonos en agentes de cambios sustanciales para la transformación de nuestra nación.