En el día de hoy, la adolescente democracia dominicana se ha puesto pantalones largos, ha madurado y ha fluido en los últimos años, para convertirse en uno de los países más estables políticamente hablando de la región.
En la mañana de hoy, como dice Eduardo Galeano: “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. Hemos madurado a golpes, repitiendo errores, corrigiendo faltas recurrentes, superando trampas y mañas, pero, estamos mucho mejor, y con una ciudadanía más reflexiva, empoderada y de menor manipulación.
En todo proceso, en cada circunstancia y en toda contienda que confrontamos, corremos el riesgo de ganar o perder; es más, a veces se gana perdiendo o se pierde ganando.
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En las adversidades, en la derrota y en la victoria, todo va a depender con qué cerebro se asimile y se resuelva el proceso, cómo se protegen la vulnerabilidad y cómo se vuelve a conectar y fluir en la vida.
En la derrota, el autoengaño, la victimización, la negación o intelectualización como mecanismo de defensa para confrontar la frustración o el fracaso, son respuestas inmaduras que no ayudan a superar el duelo, o darle una interpretación racionalizada, consciente y madura ante la perdida.
Los políticos maduros, reflexivos, objetivos y optimistas, reconocen la derrota, no la perciben como fracaso, ni frustración, ni eliminación, más bien, hacen pausa, silencio, distancia, para poder reflexionar, analizar e identificar los indicadores psicosociales, coyunturales, políticos, circunstanciales y ambientales que, no funcionan o no ayudaron a conectar o establecer empatía con la población votante.
De la derrota y de la perdida se aprende mucho, se crece, se madura, y, ayuda al político a conocerse y levantarse. De ahí que en la resiliencia se dice: “es más significativo el que aprende a levantarse que, aquel que nunca se ha caído”. Es decir, el que no se ha caído, no se conoce, no sabe de su fortaleza, ni de su carácter, ni su resiliencia social.
En el triunfo, el éxito, la fama y en la victoria, hay que ser humilde, prudente, renunciar a la soberbia, a los “egos hiperinflados” para dar gracias, agradecer a los adversarios que, sin ellos no fue posible la victoria.
En medio de la alegría, la fiesta, el hombre maduro expresa la gratitud, se pone el servicio, llama a la fraternidad, a construir la nación, y a realizar las reformas y fortalecer la democracia inclusiva.
Después de la resaca, de la victoria o la derrota, la nación continua; a los partidos hay que cuidarlos y a la sociedad civil hay que escucharla, y, entre todos, fortalecer la institucionalidad, promover el desarrollo con equidad, el crecimiento y control de la inflación y la corrupción. Para recordar a Viktor Frankl: “las decisiones, no las condiciones determinan quienes somos”.
Hay que tomar decisiones consensuadas, pero sin repartir, ni ceder ante las gratitudes invisibles. La democracia, los derechos ciudadanos, los malestares recurrentes de siempre, hay que solucionarlos, dinamizar, la economía y activar los sectores productivos.
Hoy no contamos con luchas ideológicas, grupos de confrontaciones, enemigos viscerales, ni odios sociales, ni divisiones. Los pataleos sin reflexiones y sin medir consecuencias, son decisiones de analfabetos políticos que, no han entendido que la sociedad y la geopolítica han cambiado. Simplemente, aprenden a manejarse en la derrota y en la victoria electoral.