La abrumadora avalancha humana que cada día pugna por penetrar al territorio dominicano desde el occidente de la isla no se detiene y por el contrario es algo abrumador y de imposible contención. Es un chantaje a las claras para buscar que los dominicanos nos amedrentemos y cedamos parte de nuestro territorio agregándolo a lo que los haitianos se habían apoderado para 1820.
Desde el asesinato del presidente Moises hace mas de un año, el ambiente isleño se ha vuelto muy volátil con una sociedad sumida en la pobreza y con sus recursos naturales bastantes escasos por el tratamiento salvaje que hacen los haitianos de sus pocos recursos naturales cada vez más disminuidos y agregando decenas de tareas de tierra a la soledad de sus superficies sin agua que alimente las simientes.
Además los haitianos tienen sus miras puesta de que algún día no muy lejano ocuparán la parte oriental de la isla como lo hicieron en 1822 y por 22 años quisieron aplicar su cultura en la colonia española que no aceptó tales pretensiones. Fue un enfrentamiento permanente cuyo terreno propicio aprovechó Juan Pablo Duarte para sembrar las semillas de la separación para forjar una patria que nació con muchas falencias pero tenía coraje y propósitos de lo que queríamos los dominicanos frente a las demás islas del Caribe.
Como nación sometida a una cultura extraña y por completo ajena a las costumbres españolas chocó con asperezas por esas diferencias culturales y a la vez miraron desde entonces la necesidad de mantener la separación y cada conglomerado humano buscando fortalecer su propia identidad sin las mezclas que ya eran tan habituales en la sociedad haitiana.
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Las costumbres haitianas chocaban de frente a la conducta hispana que prevalecía en los asentamientos de la isla. Y aun cuando las instituciones hispanas de los tribunales, del clero y de las tradiciones, vivían de espaldas a lo que nos querían imponer desde occidente y en donde las costumbres se habían transformado en una mezcla cristiana y del vudú.
Por 22 años los haitianos en su ocupación quisieron corregir las creencias y costumbres religiosas dominicanas rectificando la fe que ya lo querían considerar como un pueblo sin una fuerte base moral, de fe y de creencias firmes que resistirían los atavismos que los haitianos quisieron implantar en las creencias del pueblo del oriente de la isla.
A partir de marzo de 1844 se dieron las condiciones para los enfrentamientos mortales cuando ya los dominicanos consideraron que la bota de occidente había pisoteado por demasiado tiempo al territorio dominicano, y por ende, lo conveniente era que se devolvieran a ocupar su territorio aun cuando ya se habían apoderado de unos cinco mil kilómetros cuadrados dominicanos.
Las regiones más ricas del centro occidental de la isla pasaron a manos haitianas. Esas eran las mejores tierras de la isla donde estaban los ríos más importantes como el Artibonito que mojaban amplias praderas de gran riqueza que los haitianos casi desperdiciaron, ya que hoy son eriales con fuerte arrastre de los suelos por el vandalismo de sus pobladores que no han sabido aprovechar y ese territorio posee la riqueza para ser aprovechada por las fuerzas productivas haitianas. Y su chantaje es que no se intente repatriarlos a su malogrado suelo para convertir el suelo dominicano en otro desierto de tierras áridas e impoductivas.