Con agresión nos referimos a la acción ejecutada con la intención de perjudicar a alguien, puede ser por medio de un ataque físico, verbal, insultos o amenazas. Muchas veces es manifestada a través de patadas, arañazos, gritos, empujones, palabrotas, mordidas, tirones del pelo…, aunque estas manifestaciones van variando conforme a la edad. Este comportamiento es relativamente común y, a menudo, aparece cuando el niño cumple un año, pero los niveles de agresividad van bajando con la edad cuando el niño se va haciendo más empático.
Es trascendental conocer que cuando el bebé nace trae impulsos amorosos y agresivos que, con el tiempo y con el cuidado de los padres, empezará a distinguir y diferenciar. Y solo dependiendo de los vínculos afectivos que se establezcan, es que se empezará a desarrollar un tipo u otra de relaciones personales. Este es un concepto muy importante y con gran repercusión en la vida del niño. Su personalidad se construirá a partir de su conocimiento del mundo a su alrededor. Para eso, es necesario que el bebé se sienta protegido y cuidado en su entorno familiar.
De esta manera podríamos desarrollar satisfactoriamente el autocontrol, el cual empieza a formarse hacia los dos años de vida, es una habilidad de gran importancia para la vida cotidiana y fundamental en la socialización, ya que es el aspecto que regula la conducta y la capacidad de inhibir acciones que interfieren con una meta. Razón por la cual, es que la falta de autocontrol se asocia con niveles más altos de agresión.
Si tenemos en cuenta que la mezcla de la herencia y el medio ambiente determinan la conducta humana, entonces la conducta agresiva tiene causas genéticas y ambientales. Por lo que, considerando estas causas multifactoriales de la agresividad, lo más recomendable es centrarse con los niños en los factores de prevención, como son: fomentar el respeto por los demás, la valoración de las diferencias, mantener una relación de diálogo con ellos, vigilar los programas de televisión a los que se exponen, impulsar actividades lúdicas sanas, enseñarles a controlar sus impulso y respetar los límites. La familia es uno de los elementos más relevantes dentro del factor sociocultural del niño, es su modelo de actitud, de disciplina, de conducta y de comportamiento, por lo que es uno de los factores que más influyen en la construcción de la conducta agresiva.
La infancia es un período de gran importancia para el establecimiento de relaciones sociales, ya que es una etapa en la que el niño, a través del juego, el trato con familiares y la convivencia en el salón de clases, aprende a expresar sus ideas, manifestar necesidades, crear lazos afectivos y organizarse en el trabajo en equipo.
Una de las grandes dificultades de nosotros los padres es saber cómo tratar la conducta agresiva de los hijos ya que, a menudo, nos enfrentamos a la desobediencia y a la rebeldía de esos pequeños. La agresividad es un trastorno que, en exceso, y si no se trata en la infancia, probablemente originará problemas en el futuro, y se plasmará en forma de fracaso escolar, falta de capacidad de socialización y dificultades de adaptación.
Lo más recomendable, si su hijo golpea a otros niños de manera incontrolada, reta a los mayores y actúa a menudo con violencia, busque ayuda profesional lo antes posible, ya que esta conducta, lejos de desaparecer por sí misma, suele empeorar y ser causa de bajo rendimiento escolar y problemas de adaptación social más severos de lo que imagina.
Es vital que como padres mantengamos una estrecha comunicación con profesores o educadores, ante todo para detectar problemas de comportamiento que pudieran pasar desapercibidos cuando mamá y papá trabajan, porque los niños pueden pasar mucho tiempo en el colegio, o casa de abuelos y tíos, por lo que los progenitores debemos hablar constantemente con los adultos que cuidan a nuestros hijos, y descubrir si es agresivo, muerde, no obedece o es inquieto.