Cientos de personas no han podido armonizar vida interna con la exterior
Existen millones de personas sin sentido de vida y en carencias emocionales y vacíos existenciales.
Pero lo peor es vivir angustiado por temas pendientes, duelos no resueltos y miedos por no saber cómo salir de una crisis, que representan angustia y depresión; y todo esto lo ha representado la pandemia del covid-19.
Cientos de personas no han podido armonizar la vida interna con la exterior. Pero también, existen los que viven desarmonizados entre lo que piensa y lo que practican.
Para fluir en la vida hay que tener apego sano, vínculos fuertes y estables, sentido de pertenencia asumido, una identidad, principios y valores que puedan convertirse en una referencia psicosocial para los suyos y los demás, lo suelo repetir, para sembrar estas ideas en el cerebro de las personas, debido a las nuevas angustias colectiva que vive el mundo ante la pandemia.
No se trata de sobrevivir, ni de sintonizar, ni bailar la danza del gozo de la posmodernidad: consumo, placer, confort, vanidad, vida rápida, relativismo, autoengaño, pragmatismo y asumir el parecer.
En la adultez y la madurez, el autoengaño, la mitomanía, la despersonalización, las inconductas y las transgresiones psicosociales, son las que ponen de rodillas a todas las personas que no aprendan a vivir de forma humana, decente, con sentido de utilidad; los que prefieran sobrevivir y respirar, sin pasión y sin credibilidad, vivirán altos niveles de insatisfacción o de frustración y de adversidades.
La pandemia ha producido inflación, aumento de precio de los alimentos, los materiales de construcción e insumos agrícolas.
Además, nadie va a reponer los ahorros perdidos de las familias, la pérdida de empleo, los negocios arruinados, etc.
Sin embargo, la esperanza de volver a la normalidad depende de lograr la inmunización colectiva de las vacunas que todos nos estamos administrando.
Frente a la amenaza y presencia de las nuevas variantes: africana, inglesa, brasileña, californiana del coronavirus, debemos de continuar con los protocolos de salud.
Las personas que aprenden a vivir saludables son los que cierran duelos y procesos, los que asumen nuevos propósitos, reconocen los límites; asumen metas y objetivos, pero le ponen fechas y saben cómo lograrlo, debido a que han aprendido a insistir, persistir y resistir, con las tres E: equilibrio, equidad y eficacia.
Existen personas que logran el desarrollo, la riqueza, lo tangible, pero rompen la armonía y equilibrio con su interior y exterior, no aprenden a prevenir para no lamentar y mucho menos a vencer adversidades.
Caminar hacia una sola meta o a un solo propósito, simplemente es ser egocéntrico, con pobre sentido de vida y de pobre razón de existencia; la vida, entonces, se percibe solo para la autogratificación, para el egocentrismo, el individualismo y la conquista del yo personal.
Y todo esto reproduce mezquindad, egoísmo, renuncia del ser, y del sentido de trascendencia. Hay pobreza material, pero la peor es, la pobreza espiritual y emocional.
Vivir sin una causa que defender, ni una vocación de servicio y de utilidad para los demás, es una pobreza existencial que se traduce en la falta de pasión y de anemia socio-afectiva.
El divorcio entre el pensamiento y la conciencia lleva a las personas a la miseria humana y al vacío existencial.
Esa práctica engaña, hace trampa, crea angustia, agonía, insomnio, ansiedad, depresión, somatización y victimización. Vivir con calidad y calidez de vida no están fácil, pero no es imposible.
Se puede aprender y reaprender a educar sus emociones, su espiritualidad, su conducta y su mentalidad, para hacerla más oxigenante, más nutriente, más próxima a las demás personas. Hay que tener fortaleza emocional para no contaminarse, para no despersonalizarse, para no hacer lo que los demás hacen.
En la vida existen personas que no son libres, que no aman, que no se entregan a un propósito, si no tiene una recompensa o una cultura de favor.
La vida es corta, hay que asumirla para la felicidad, el bienestar y la trascendencia, que sea extensiva a lo demás; la familia, la pareja, los amigos, a los ciudadanos, en fin, que sea un propósito de muchos, no para la auto-gratificación personal.
Para salir saludables física y emocionalmente de la pandemia hay que vacunarse, continuar con la mascarilla, el distanciamiento y la higiene. Pero, sobre todo, hay que continuar con un para qué y un sentido de vida durante y después de la pandemia.
La esperanza de volver a la norma- lidad depende de lograr la inmuni- zación colectiva