Con los años hemos aprendido que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Ambos, dolor y sufrimiento, se almacenan o se superan con el cerebro. Cada circunstancia, cada experiencia, cada crisis y cada caída, deja resultados de vida diferente, según la personalidad, los pensamientos, actitud emocional, capacidad reflexiva, fortaleza emocional y la revisión de actitudes. Desde lo particular, lo que nos sucede en nuestras vidas siempre suele ser lo más desgarrador; la peor pérdida, el peor fracaso, la más dura derrota. Cuando los hechos y realidades son de las otras personas, lo podemos entender si tenemos algún grado de empatía emocional, de compasión, de valores y de espiritualidad.
El siglo xx vivió las peores tragedias, millones de personas perdieron la vida por decisiones equivocadas y por patologías de líderes enfermos que expusieron a toda una humanidad. Las confrontaciones ideológicas, las luchas territoriales, el control de la economía, las sangrientas y desgastadas luchas religiosas, el negocio de las armas y la imposición cultural. Los jóvenes y adultos padecieron, lucharon, resistieron, y algunos sobrevivieron para contar y escribir las historias, vivencias, sufrimientos y adaptación a tanto dolor. Décadas después, aprendieron que era necesario el perdón, la compasión, el altruismo, la reciprocidad, la solidaridad y el diálogo para vivir civilizadamente; gracias a la neuroplasticidad cerebral los seres humanos cambian sus neuronas, sus pensamientos, memoria, las actitudes emocionales y las respuestas conductuales.
Pero es innegable que han continuado pasando tantas desgracias con el terrorismo, las desigualdades, las exclusiones, las discriminaciones, los abusos e intolerancias. Ahora todos estamos y vivimos expuestos a las agresiones modernas: consumismo, redes sociales, hedonismo, relativismo ético, posverdad, cultura de lo desechable, crisis de los vínculos, individualismo masivo, crisis de identidad, deshumanización y desesperanza, ausencia por el dolor y sufrimiento del otro que, para mal, suele ser el del lado, el conocido, hasta el familiar.
Como psiquiatra conozco de ansiolíticos, antidepresivos, antipsicóticos y estabilizantes del humor. Pero para los peores traumas, dolor y sufrimiento moral, de las nuevas enfermedades posmodernas, no existen jarabes, remedios o pastillas que no sean enseñar a los jóvenes a reflexionar y demandar el mundo y las sociedades que desean vivir.
Las tragedias de los suicidios, adicciones, violencia, homicidios planificados, prostitución, mercado ilícito de personas, comercios, dinero y drogas psicodélicas; apuntan a dolor y sufrimientos masivos.
Ante tantas desigualdades y déficit de ciudadanía, qué pueden hacer los jóvenes, cómo sobreviven, cómo se empoderan, o cómo participan para no tener que vivir las peores cosas y, mucho menos, lo que tendrían que hacer para superar el dolor y el sufrimiento.
En las peores situaciones hay que estar preparados para no responder con las emociones negativas: enojo, rabia, frustraciones, venganza, miedo, resentimiento, odio y dolor. Debido a que las consecuencias y resultados de vida, dañan y enseñan comportamientos disfuncionales e inadaptados.
Para superar las peores cosas que nos pasan en nuestras vidas hay que enseñar a nuestro cerebro a reaprender a través de actitudes emocionales positivas, a practicar el perdón, la compasión, la bondad, el altruismo y reciprocidad.
Siempre pueden pasar peores cosas, sufrimiento y dolor, pero se pueden superar y salir sano y resiliente, cuando no reproduce el daño, no se practica la maledicencia y no se apuesta al control y castigo de los que nos han lastimado.
A los jóvenes y adultos que se preparen para sobrevivir y sobreponerse ante las peores cosas. Pero que aprendan a no salir dañados, ni reproducir el sufrimiento, ni practicar los habítos de sociedades que apuestan a la individualidad, al escapismo social y la desmoralización social. En resumen, fortaleza emocional y resiliencia social.