Hoy, es casi imposible pretender gestionar eficientemente las funciones ordinarias y extraordinarias asignadas a un Estado, a un gobierno, a una empresa, a una institución y a un proyecto específico, al margen de la planificación, ejecución y control de estrategias de comunicación. La comunicación es un eje estratégico y transversal que impacta las percepciones, las actitudes, las opiniones, las actuaciones y las decisiones de las personas, tanto en lo individual como en lo colectivo. Por su naturaleza, la comunicación es un medio para lograr la paz, la justicia social y el bienestar común.
Estudios procedentes de la sociología y la psicología establecen que la comunicación, sea directa o mediática, es un medio eficaz para establecer relaciones de cooperación, tomar buenas decisiones, compartir informaciones y ayudar a crear climas laborales sanos, creativos, productivos y participativos. Cuando el emisor, ya sea persona, empresa o institución, gestiona la comunicación para lograr que los receptores o audiencias perciban, actúen, opinen y decidan en función a intereses malsanos, ésta se convierte en una acción perversa y pierde el valor humano.
La comunicación es una característica y una necesidad de las personas, las empresas e instituciones con el objetivo de poder intercambiarse informaciones, ideas, experiencias, costumbres, hábitos, etc. En definitiva, el funcionamiento de las sociedades humanas es posible gracias a la comunicación directa y mediática. Lo ético y racional sería emplear la comunicación directa y mediática para ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas. Es una perversidad y falta de ética usar la comunicación para tratar de justificar prácticas que lesionan la dignidad humana. La comunicación es perversa cuando su propósito consiste en usarla como plataforma persuasiva para fabricar y posicionar realidades sociales, económicas, políticas y sociales inexistentes.