No deja de ser curioso, los partidos socialdemócratas y comunistas, las dos principales corrientes del pensamiento y la práctica política occidental, nacieran prácticamente juntos del movimiento socialista, y que sus respectivos procesos de esplendor y declive hayan coincidido. Constituye una exageración, decir que tanto una como la otra han desaparecido, las dos viven actualmente un momento de profunda crisis de identidad, casi letal, pero no por eso se puede decretar su definitiva desaparición. De manera diversa, todavía están vigentes los valores básicos que les dieron origen, independientemente de sus profundas diferencias, labradas por las circunstancias a lo largo del camino.
En sus inicios, esas tendencias políticas/ideológicas fueron dos de las diversas corrientes del marxismo, pero la socialdemócrata paulatinamente algunas tendencias se fueron declarando no marxistas. Primero lo hizo la alemana en 1959 y 20 años después, en 1979, la española, consumándose en ambos casos una renuncia formal a la revolución socialista que, aunque gradual, para ellas constituiría el final del capitalismo. A mediados de los 70 termina lo que se ha llamado la edad de oro de ese sistema, la cual se inició en los años 50 con el llamado Estado de Bienestar.
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La incapacidad de los Gobiernos socialdemócratas de preservar las conquistas sociales logradas por las luchas de las clases trabajadoras y la sólida presencia de la intelectualidad progresista en el mundo de la política, el arte y la cultura, y el colapso del socialismo soviético hace más de medio siglo, ha significado que ninguno de esas expresiones políticas tenga Gobierno de referencia para potenciar la subjetividad de sus militancias. A diferencia de antes. Los modelos de partido único que aún están en el poder se han convertido en anti-modelos y por consiguiente han perdido sus espacios que, paulatina pero sostenidamente, van ocupando las derechas tradicionales y la extremas.
En ese sentido, se requiere un estado que sea clave en el impulso de éstas, produciendo un cruce de camino en que confluyen aquellos que han militado por transformaciones sociales, sin importar su signo. En este tiempo de crisis de alternativas y de frecuente aparición de vastos, espasmódicos y generalmente ineficaces movimientos de las protestas por la inclusión social, la única salida a la vista es reconocer la insuficiencia de los grandes paradigmas ideológicos/políticos del pasado, pero recogiendo sus elementos esenciales en lo relativo a la función del Estado. El nombre que le queramos dar a ese Estado es importante, pero lo esencial es que este se encarrile por el camino que, desde diversas perspectivas, han trillados las diversas corrientes progresistas.
Si se quiere hacer política, por el momento, es lo único que puede hacerse.