No es por nada, o quizá por todo, pero cuando leo que un problema lo diagnostica algún experto, de aquí o del extranjero, como estructural, soy consciente de inmediato, aunque algún necio quiera convencerme de lo contrario, de que ese problema no habrá forma de resolverlo, por más que nos empeñemos en decir y repetir que constituye un obstáculo para que podamos salir del subdesarrollo en el que parecemos estar atrapados y sin salida.

Pero si además de estructural ese problema es también multicausal o multifactorial, como se le enrede menos la lengua o el entendimiento, mucho peor, pues de entrada hay que renunciar a toda esperanza de solución y sustituirla por resignación o pesimismo en cualquiera de sus variantes, desde las más extremas hasta las más benignas.

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Hagan una lista de nuestros eternos problemas sin resolver, esos que sufrimos y padecemos desde que tenemos uso de razón, y sabrán de lo que les estoy hablando; pero no la hagan demasiado larga para que no se frustren o amarguen, pues como les dije al principio eso no resuelve nada ni ustedes tampoco.
¿La inequidad entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada, que como no para de crecer terminará jodiendo a unos y otros? Ese es un problema estructural, así que para allá no vale la pena mirar.

¿La violencia nuestra de todos los días, que ha convertido un simple accidente de tránsito o una discusión por un parqueo en motivo para morir acribillado a balazos? Ese es un problema multicausal en el que inciden demasiados factores, por lo que dejemos eso para un después que no llegará.

Escuché a una diputada decir, antes de votar favorablemente por la eliminación del matrimonio infantil, que eso no resolverá problemas fundamentales como la alta tasa de embarazos en adolescentes o la desintegración familiar, y nadie le respondió que lo fundamental no se consigue de un día para otro, mucho menos si no se da ese necesario, imprescindible, primer paso, que nos separa de cualquier meta.