El gran desafío de una persona es, llegar a conocerse a sí mismo. O sea, conocer algunos rasgos de su personalidad; gerenciar su carácter o saber qué tipo de temperamento le acompaña en la toma de decisiones de su vida.
Con la prisa y el entretenimiento que vivimos, se nos hace imposible dedicarnos a reflexionar sobre la personalidad.
¿Quién soy? ¿Quién quiero ser? Es decir, el “yo real” y “el yo ideal”.
En el hipermodernismo o la posmodernidad, la personalidad la han maquillado tanto que, su validación o notoriedad se basa en la visibilidad de las redes, del narcisismo social, de la aceptación y la aprobación de los demás. Esa necesidad angustiosa por el estatus, o tener mayor presencia de los que sobreviven dentro de una cultura en crisis de identidad, entonces, se hace difícil llegar a saber quién en verdad eres.
La descodificación del ser humano va desde su propia moral, desde su ética y su propia normativa. Lo que implica que, la individualidad o la diferenciación entre unos y otros, poco importa; al menos, así lo han defendido desde el relativismo ético, la posverdad, el hedonismo y la superficialidad en la que sobrevivimos.
De ahí la trampa entre el “ser y el parecer”, entre el “yo ideal y el real”, entre lograr conocerse y el llegar a reconectar para reaprender a base de conocimiento, de madurez o sabiduría.
Las crisis desorganizan, producen disfuncionalidad y desregulación emocional que, no permiten a las personas poder reconectar con la vida y con el sentido de vida.
Llegar a conocerse y a aprender a reconectar después de una adversidad, pocas personas lo logran; la mayoría de las personas tienden a paralizarse, se desenfocan y activan sistemas de pensamientos parásitos, o viven rumiando los mismos problemas, llegando a la depresión, la ansiedad y a sentimientos de inutilidad recurrente.
Para reconectar hay que vivir con seguridad, autoconfianza, autoestima sana, automerecimiento y fortaleza emocional.
Sin embargo, la actitud optimista, la consistencia, continuidad y constancia, en organizar y asumir de nuevo el proyecto de vida, habla de los indicadores de conocerse y reconectar de nuevo.
En la salud mental y en los procesos psicoterapéuticos se miden los resultados de vida después de una adversidad para saber si una persona ha vuelto a reconectar y fluir en la vida: asumir nuevas tareas, hacer ejercicios, volver a trabajar, integrarse al proyecto familiar y relaciones interpersonales y grupales; pero también, reconectar con la espiritualidad, la gratitud, la reciprocidad, la solidaridad y el altruismo.
La vida es un viaje, en diferentes estaciones podríamos volver a reconectar para lograr el bienestar y la felicidad.
Levantarse, darle continuidad a los proyectos y propósitos son indicadores de resiliencia social.
Aprender a armonizar el pude, el puedo, y el podré, para reconquistar los espacios perdidos, o tocar puertas, abrir ventanas, descubrir nuevos caminos y nuevos atajos en la vida es fundamental.
Lo peor que le puede pasar es, desconectarse, elegir la soledad, el aislamiento social y refugiarse en espacios tóxicos o negativos. Conectar y reconectar para fluir y avanzar con el sentido de vida, con el bienestar y la felicidad son los fundamentos de las personas resilientes en la vida.