La violencia se ejerce de manera sistemática y permanente con la intención de dominar completamente a la otra persona. No es una agresión aislada, es concreta y es la forma de relacionarse con la pareja.
La convivencia con la pareja agresora, la severidad de la violencia, la frecuencia, el aislamiento, el control, la humillación y el acecho (violencia psicológica), así como la exposición a otros tipos de violencia como la sexual, física y económica patrimonial, aumentan la probabilidad de que la mujer presente un deterioro en la salud mental.
En un estudio realizado por el Patronato de Ayuda a Casos de la Mujer Maltratada (PACAM), con 170 mujeres víctimas de violencia que asistieron al programa de recuperación emocional, se observó una relación entre el trastorno por estrés postraumático (TEPT) y la violencia psicológica por control, humillación, violencia física y sexual. Es decir, a mayor violencia psicológica, sexual y física, mayores síntomas. Por otro lado, la depresión se correlacionó con la violencia psicológica por control y humillación. También se observó que a mayor depresión, menor autoestima.
En cuanto a la ansiedad, se observó una correlación significativa positiva fuerte con ideación suicida, quejas somáticas y falta de apoyo social (Lara y Pérez, 2023).
Cabe destacar que muchas mujeres que se han separado de las parejas agresoras presentan síntomas de depresión, ansiedad, TEPT, entre otros trastornos importantes, dado que los malos tratos persisten. Incluso, hay que considerar las consecuencias de la violencia vicaria, la que se ejerce contra los hijos, las madres u otros familiares o relacionados para provocarles sufrimientos, angustias y control, y para demostrarles lo que ellos son capaces de hacer.
Ideas erróneas acerca de la violencia y la mujer
Las ideas erróneas o distorsiones cognitivas reflejan la forma habitual de pensar que no está asociada al buen juicio crítico, razonamientos sustentados en teorías ni justificados en los principios y valores que favorecen la convivencia humana bien tratante.
Más bien, son usadas como estrategias para hacer más tolerables las conductas violentas, normalizándolas, justificándolas, minimizándolas o negándolas. Algunas de estas ideas se observan cuando se procura condicionar a la mujer a un plano de inferioridad, subordinación o incapacidad ante el dominio y control de la pareja.
En el estudio realizado por Lara et al., (2022) en la República Dominicana, con una muestra de 2045 participantes, compuesta por hombres y mujeres, se concluyó que ambos presentaron distorsiones cognitivas, siendo ellos los que mostraron una mayor presencia, aunque la diferencia no fue muy significativa. Estas distorsiones condicionan los comportamientos tanto de las mujeres víctimas, para permanecer en la relación o adaptarse a la adversidad, como en la conducta violenta de los hombres que la ejercen.
Vivencias y aprendizaje del ciclo de la violencia en la niñez con padre abusivo
El comportamiento abusivo es aprendido en el sistema familiar y validado por la cultura que condiciona al hombre a la supremacía sobre la mujer, en su mayoría.
Los hijos también son víctimas directas y, en consecuencia, se adaptan tempranamente a la adversidad. Incluso, el bebé intrauterino sufre cuando el padre golpea y le grita a la madre.
La relación de los padres con los hijos, las expresiones afectivas, los cuidados, la seguridad y la confianza conforman el tipo de apego. En un entorno familiar con comportamientos violentos es probable que el tipo de apego que se desarrolle sea ansioso/ambivalente, desorganizado o evitativo.
Los hijos danzan en el ciclo de la violencia en un terrorífico espacio (hogar) en el que la incertidumbre, la incontrolabilidad e impredecibilidad del padre violento los exponen a una activación de la adrenalina que, a su vez, impulsa el sistema de alerta.
La amígdala cerebral se encuentra en estado de hiperactividad. El aprendizaje, la atención y la regulación emocional se afectan.
Además, los hijos aprenden a no respetar los límites del otro y no reconocen el «no» de la pareja. Se afecta la empatía y repiten la conducta aprendida de golpear o victimizarse.
Siempre debemos reservar un porcentaje para los hijos resilientes, los que aprenden a no repetir el patrón violento, quienes suelen presentar mayor fortaleza psicológica.
Violencia sexual y económica, las menos conocidas
Ambos tipos de violencia coexisten con la violencia psicológica y física. Una sola mujer es pasible de sufrir distintos tipos.
La violencia sexual se refiere al acto forzado u obligado por la pareja que puede implicar el uso de la fuerza física o la presión psicológica para obligar a la otra persona a participar en un acto sexual contra su voluntad, aunque este no llegara a realizarse.
Por otro lado, la violencia económica es una estrategia de control del dinero que tiene la finalidad de condicionar a la mujer para que dependa económicamente de él, lo que afecta la autonomía y la autoestima de la víctima.
Impacto de la psicoeducación como estrategia de prevención
Consideramos que, tanto las mujeres violentadas como los hombres violentadores, pueden asistir a programas de psicoeducación que les permitan conocer el tipo de apego, los patrones de comportamientos, pensamientos, emociones y sentimientos involucrados, así como la dependencia emocional, el patrón relacional aprendido y las distorsiones cognitivas que justifican la violencia.
Es prioritario e importante la capacitación de los actores del sistema de atención y protección, así como campañas publicitarias dirigidas a los cambios de las ideas erróneas sobre la mujer y el uso de la violencia.