P. Profesor, ¿por qué los dominicanos tenemos que prestarle atención a la amenaza de la inseguridad hídrica?
R. En primer lugar, porque somos una isla y luego, porque el agua dulce se está convirtiendo en un artículo de lujo, cada vez más escaso y lejano a nuestro alcance. No tenemos quien nos dé o nos preste ni una gota de agua. Todos los ríos dominicanos nacen y mueren en el territorio nacional.
La reflexión viene al caso porque según expertos de las Naciones Unidas, tres de cada cuatro habitantes del mundo, viven en países con algún nivel de inseguridad hídrica y Haití, nuestro vecino más cercano, es uno de los casos más críticos que existen en el Planeta.
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Tal parece que no comprendemos la severidad de la sequía que estamos viviendo, la más grave en lo que va de siglo y le estamos pegando fuego a las zonas productoras de agua, como si el daño se lo estuviésemos haciendo a alguien que no nos importa, en una acción absurda, porque todo se revierte en contra nuestra.
La inseguridad hídrica se agrava en la misma medida en que eliminamos la cobertura boscosa del país, pues no podemos tener el lomo desnudo de las cumbres montañosas ni el cauce de los ríos desnudo, pues sin esa alfombra verde, se nos agota toda posibilidad de pedirle al cielo que nos mande agua.
Tenemos que proteger a Valle Nuevo y todas las zonas productoras de agua del país, muy especialmente estos espacios protegidos actualmente desprotegidos, pero que sustentan la vida en la capital dominicana, Santiago de los Caballeros, los dos asentamientos humanos mayores del país, cuyas fuentes en estos momentos se encuentran exhaustas.
Proteger las aguas nacionales es un deber patriótico que todos tenemos que asumir por igual, gobierno y simples ciudadanos…