P. Profesor, ¿a qué se debe la actitud militante de la Coalición para la Defensa de las Áreas Protegidas?
R. Sin dudas, a su compromiso con la defensa del Patrimonio Natural de la República Dominicana resguardado bajo un régimen legal de protección, que es la razón mayor de su existencia.
La Coalición para la Defensa de las Áreas Protegidas nació para acompañar los esfuerzos nacionales, colectivos e individuales, públicos y privados, para el cuido de la vida, esa vida frágil, desconocida, no identificada u oculta en espacios no aptos para la agricultura o la ganadería.
Procura la defensa de lo indefenso, de los seres vivos y sobre todo de los ecosistemas que sustentan los servicios básicos de agua potable, aire puro y estabilidad ecológica. Promueve activamente la concientización y el comportamiento amigable con aquellas especies de plantas y animales que no soportan el estrés de la acción indetenible por el desarrollo industrial, comercial, masivo e insostenible, a la que está sometida la naturaleza, para poder sustentar la existencia humana.
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Es decir, su acción y su compromiso es por proteger lo más valioso para la vida y que paradójicamente, no sirve para el desarrollo mal entendido que procuramos insosteniblemente: el monocultivo, la ganadería intensiva, las grandes plantaciones, la ocupación de las zonas productoras de agua, de pendientes escarpadas o ecosistemas viveros o que dan vida a los ambientes en que vivimos.
Entonces, no se entiende que alguien o algún sector de la sociedad no le acompañe, que se oponga o que quiera impedir los esfuerzos por la sostenibilidad, la resiliencia de los procesos vitales. En Cabo Samaná hay tesoros biológicos y culturales contra los cuales no se puede atentar jamás y lo propio ocurre en Puerto Viejo de Azua, Las Dunas de las Calderas, los Arrecifes de Cabo Rojo y en la Laguna de Luperón.