Eleuterio Martínez 
Eleuterio Martínez
P. Profesor, a propósito de Beryl, ¿Dónde reside el riesgo inevitable y la mayor vulnerabilidad ante los impactos que arrastran los ciclones tropicales?
R. La naturaleza no habla, pero tiene sus leyes inviolables o de obligatorio cumplimiento, so pena de cargar con las consecuencias ante su inobservancia. Toda el agua que llega a tierra firme, viene del mar y al mar regresa. De hecho, el modelaje y la arquitectura del paisaje, la armonía y la lontananza que manifiesta el relieve de las montañas, su perfil topográfico e irregularidad de valles y llanuras, tienen un solo autor y una sola protagonista: el agua. Desde el principio de los tiempos, las lluvias que se precipitan en tierra, después de saciar su sed, automáticamente construyen su ruta, vía o camino de regreso al mar. Esos espacios escogidos por las aguas de escorrentía, para cerrar el ciclo del eterno retorno al punto de partida, conocido como ciclo hidrológico, es el que gobierna la vida y su distribución planetaria.
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Cualquier obstáculo que encuentre en su camino hacia el mar, tarde o temprano, el agua se encargará de removerlo o eliminarlo. De ahí que toda infraestructura construida por el Ser humano a la orilla de un río, en pendientes escarpadas o sobre la costa con olas de alta energía, se expone a un riesgo inevitable de ser arruinada o destruida, no importa la tecnología que sea empleada.
No es la naturaleza la que tiene que adaptarse a los criterios humanos, si no, exactamente al revés, pues ella solo obedece a sus propias leyes. Esa advertencia es exclusiva para los humanos, pues ninguna de las especies de la naturaleza obran contra sí mismas. Estamos en la ruta de los ciclones del Atlántico Norte y lo que es peor, en su punto de inflexión, lo cual nos hace doblemente vulnerables.
