El 28 de septiembre del año 1963 todo estaba consumado. La fragata Mella preparaba sus motores para que el depuesto presidente iniciara la travesía incierta.
La población estaba expectante. La justificación de la tropelía, ocurrida el 25 de septiembre se difundía más que la reacción para enfrentarla. Entre comunicados aviesos, editoriales, artículos, homilías, juramentación del Triunvirato, la normalidad golpista se imponía. Marcha atrás, imposible.
Confusión, entusiasmo y también convicción del deber cumplido. Consiguieron la mezcla infalible y sin vergüenza aplicaron la receta.
El plan fue concebido desde el momento de la llegada de Juan Bosch Gaviño al país, después de 24 años de exilio. Continuó con la candidatura y la campaña abonó el terreno. Aquel mensajero de la democracia con un discurso inédito para una sociedad herida, resultaba peligroso.
El “No puede ser” que se aplicó sin éxito y por otras razones a las posibilidades de poder del brigadier Trujillo se reeditaba. Y no pudo ser.
El fantasma del comunismo azuzado por la jerarquía católica, por grupos empresariales y de industriales que veían amenazantes las propuestas de igualdad y oportunidad para todos, por periodistas mercenarios, por los voceros de la Acción Dominicana Independiente, del Comité Cívico Anticomunista, aunados frente al imaginario riesgo, trabajaron para el descrédito del candidato del PRD y para dinamitar los cimientos de su Gobierno si conseguía el solio.
El atropello fue ejecutado en nombre de la supremacía de los buenos, esos apóstoles que se imponen sin exponerse al escrutinio. Las contradicciones que signan la historia criolla fueron más que ratificadas en esa ocasión.
El hombre que obtuvo el mayor respaldo en las urnas, 59% de 1,054, 944 de votos válidos, en unas elecciones inobjetables, las primeras celebradas después del tiranicidio, el candidato que sumó y rechazó el odio, fue sacado del Palacio Nacional, suplantado mediante un acto notarial y deportado de su país.
El desconocimiento absoluto de la voluntad popular quedó plasmado en el “Comunicado al Pueblo de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional” 25.09.1963. El texto ratifica la ilegalidad en ocho numerales.
Ahí se declara “depuesto el actual gobierno”, inexistente la Constitución. Proclama: “Que se deben considerar, desde este momento, disueltas las Cámaras Legislativas actuales, y sin calidad para realizar ninguna función del poder, por cuanto es obvio, según público consenso, que ellos no representan ya la mayoría ocasional que obtuvieron en los comicios del pasado diciembre”.
Si algo faltaba para la encomienda, los presidentes de los partidos fundados después del 30 de mayo del 1961: Unión Cívica Nacional, Alianza Social Demócrata, Vanguardia Revolucionaria, Demócrata Cristiano, Nacionalista Revolucionario, Progresista Demócrata Cristiano se sumaron airosos a la proclama de las FFAA y la PN. Los periódicos compartían entusiasmo.
Aquel titular de Prensa Libre “Depuesto Bosch” y su editorial sin ambages, manifestaban el regocijo. “Hemos vencido al comunismo que trajo Juan Bosch…”
El editorial de El Caribe, “El Golpe de ayer”, tal y como señala Eliades Acosta Matos en “1963: De la Guerra Mediática al Golpe de Estado” (página 585) un tanto más sobrio, pretendía disimular la algarabía: “la constitucionalidad- no cabe duda- se ha quebrado y el proceso democrático en nuestro país ha experimentado un retroceso. El procedimiento empleado -tal vez- no era el más apropiado-.”
Esa minoría dispuso que la voluntad popular, expresada en las urnas el 20 de diciembre, siete meses después, se convirtiera en “mayoría ocasional”. Ha sido uno de los argumentos más espectaculares y peligrosos que todavía, 57 años después, aterra. La proclama debería servir como advertencia.
Es la validación de la fragilidad de la tan buscada voluntad popular a expensas de la decisión de un sanedrín, de un consejo superior, apto para decir y decidir, cuándo cómo y con quién. Hoy, 28 de septiembre, recordar el acontecimiento es más que pertinente.
La mención de “mayoría ocasional” hecha por una minoría autoproclamada como referente ético, provocó la tragedia de abril de 1965. Convirtió la voluntad popular en añagaza para imponer los dictados de los fementidos guardianes de la democracia.