Un novelista debe inventar conversaciones entre sus personajes e imaginar los lugares donde nacieron esos sujetos que pone a dialogar. Está obligado a ser geógrafo, oficial civil y notario, decorador de interiores, psiquiatra y celestino. El reino de la ficción es una enorme construcción gaseosa, sacada de la cabeza del escritor; no existe, pero debe parecer real, incluso más real que la realidad. Las historias de la literatura, además de ocurrir en un espacio geométrico determinado, con tres dimensiones, necesitan exudar humanidad, contener olores y sabores. El lector reclama del escritor que sus mundos imaginarios parezcan realidades tangibles concretas.
Ahora se habla continuamente de “talleres literarios”, de “seminarios” acerca del arte de hacer cuentos o novelas. En estos “talleres”, generalmente, se abordan las técnicas novelescas de composición y sus cambios a través del tiempo. Repentinamente, esta situación “empantanada” de los “talleres” o “simposios” se ha modificado radicalmente. Usted puede recibir una invitación a un encuentro de “contadores públicos”. Momentáneamente, quedará confundido. ¿No será una Asociación de Contadores Públicos Autorizados? ¿Un grupo de contables con credenciales académicas? En un sótano de la ciudad colonial colocan veinte sillas, una mesa, un podio. Entonces, un tipo con barba de fraile comienza a contar una historia. ¡Ese es un contador público!
Los participantes en el acto, participan también en la construcción de la historia que cuenta el contador. Objetan los amores, dudas o vacilaciones, de los personajes inventados que da a conocer el contador público. De este modo “entran” en la historia y la viven desde su nacimiento o “inauguración literaria” hablada. Y consideran diversas posibilidades de desarrollo narrativo: la mujer podría haber sido más gorda o más flaca; el hombre no debió sobrevivir a la cárcel o a la enfermedad.
Cierto “contador público” atrevido, sostiene: el hombre es un animal gregario; tiene tendencia a imitar todo lo que ve. Por eso las modas de ropa y zapatos terminan por uniformar a la gente. Los políticos repiten las mismas cosas hasta la desesperación. Sus proposiciones son “falsas y aceptables”, afirma el contador. El público, la gente, la población, debe aprender a contar una historia al revés. Si lográramos mejorar un cuento, tal vez podríamos cambiar los argumentos de nuestras vidas.