Creciente preferencia por echar la democracia a un lado, venga lo que venga

Creciente preferencia por echar la democracia a un lado, venga lo que venga

“Por sus hechos» serán conocidos los países que tempranamente experimentan degradaciones de prácticas democráticas y más de un importante estudio de tendencias ha testimoniado la propensión en ámbitos locales a colocar la República Dominicana de espaldas al respeto a los derechos civiles, en particular los políticos. Comportamientos por cultura detectados han indicado más de una vez en los últimos años la creciente aceptación en conglomerados de una disminución de libertades, con tal de sentirse cómodos y abastecidos en esta vida sobrepasando estándares. ¡Alerta roja!

La conversión del voto en objeto mercantil cobró intensidad sin excepción de banderías en las pasadas elecciones, sin restar legitimidad todavía a la captación de la voluntad popular; pero se trató de una compra masiva de apoyo ciudadano a la que se sumó, con igual denigración a procesos comiciales, el empleo desigual de recursos propagandísticos a disposición de bandos en campaña, con un oficialismo que apabulló con su superioridad, a los contrarios en movilizaciones y promoción con pronunciada negación de equidad certificada luego públicamente. Cabría preguntar si con esa «facha» es que la «mentada» democracia representativa, como decía el profesor Juan Bosch, pretende sobrevivir a sus desnaturalizaciones.

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El sondeo a los puntos de vista criollos pareció indicar que la mayoría poblacional prefiere la democracia, pero sus patrocinadores del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo reconocieron que: «el compromiso con los valores democráticos se ha debilitado en la última década. Esto ha resultado en un aumento de la apatía hacia la democracia, especialmente entre las generaciones más jóvenes y las personas que no cursaron estudios universitarios». Los pueblos que desconocen su historia se ven obligados a repetirla, lo que presagia un futuro en el que habría que lanzarse a las calles contra déspotas de nuevo cuño al estilo de Nicolás Maduro.

El análisis de opiniones indica que el clientelismo político tiene raíces echadas en la sociedad dominicana, comprometiendo seriamente la «calidad de la democracia y debilitando la relación entre el Estado y la ciudadanía». De ahí a una erosión del Estado de derechos habría pocos pasos. El pueblo ha pasado su paladar por la corrupción, que en épocas ha sido rampante, y le concede implícita aprobación cuando el 80.4% de los encuestados dice preferir que los gobiernos hagan crecer la burocracia hasta lo súper numerario, con tal de aprovecharse del erario y que se asignen contratos millonarios en premio a seguidores.

Aquel retroceso

El descrédito de la democracia puede ser considerado tan riesgoso para su permanencia, como lo son las conspiraciones que objetivamente prefieren la imposición de intereses espurios sobre el derecho ciudadano y las instituciones y fue esto último lo que hizo naufragar en el 1963 el primer retorno a las libertades políticas, luego d el ajusticiamiento de Rafael L. Trujillo.

En su ensayo «Crisis de la democracia de América en República Dominicana», el derrocado presidente Juan Bosch atribuyó la asonada septembrina a su gobierno, a contradicciones con el alto clero y grupos oligárquicos e «imperialistas», por el carácter de las medidas adoptadas en función de desarrollar una obra moral «capaz de ahorrar fondos del Estado para pagar las deudas con el exterior y emprender la reconstrucción económica y social sobre la base de eliminar privilegios a que estaban acostumbrados la oligarquía y la iglesia».

Bosch logró, desde su regreso del exilio, en la postrimería de 1961, identificación con las peculiaridades de la nación dominicana y describía como tragedia social la forma en que se vivía en los barrios pobres y en la que sobrevivían «los campesinos sin tierra sometidos a los patrones y los soldados que compartían su pobreza en los barrios marginales».

Entendía que esas masas humanas habían adquirido conciencia de «la hipocresía, los falsos valores y el arribismo de grupos dominantes».

La traición a los fundamentos de la democracia mediante derrocamiento germinó en rebelión de instancias militares y civiles que se levantaron en armas en el 1965, con trincheras montadas en la zona intramuros de Santo Domingo, a la que fue retrocedida por fuerzas ultra conservadoras la lucha comenzada a nivel nacional por el retorno al orden constitucional; una guerra civil que costó miles de vidas, cumpliéndose en alguna medida el vaticinio del propio Bosch de que sobrevendría una reacción social, castrense y política que haría durar el desplazamiento golpista menos que una cucaracha en un gallinero.

¿DEMOCRACIA O QUÉ?

Para la politóloga y columnista permanente de este diario, Rosario Espinal, bajo este orden de cosas, el Senado es «una institución inútil en este país», aunque ordinariamente se le considere expresión democrática por delegación de poderes conferidos por el electorado para representarlo y tomar decisiones que tomen en cuenta el interés nacional. Y para ilustrar de lo fallido que a su juicio persiste, la analista sostiene también, en repudio al clientelismo, que: «En este pequeño país del Caribe hay demasiados aspiraciones a vivir del Estado y por más que empleen personal, no pueden, ni siquiera, organizar el tránsito, recoger bien la basura y ofrecer adecuadamente algún servicio público».

Con su implacable subvaloración al apego dominicano a las prácticas democráticas, Amnistía Internacional no cesa de condenar la discriminación (muy desmentida localmente) contra personas dominicanas y a las dominicanas de ascendencia haitiana. y atribuye a las autoridades que deben hacer cumplir la ley, el emplear la fuerza excesiva y les culpa también de violar derechos a la comunidad LGBTI, acrónimo de lesbiana, gay, bisexual, transgénero e intersexual.

En su virtual etiquetado de país que no respeta prerrogativas ciudadanas, ha arremetido contra la prohibición del aborto en todas circunstancias y responsabiliza al Congreso Nacional, (con el Senado ya considerado inútil por la politóloga Rosario Espinal), de que en República Dominicana no exista protección contra la tortura, la violencia y la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género, por la no aprobación de una reforma al Código Penal. Le alarma que el feminicidio y los crímenes de odio no estén tipificados como delitos.

Aunque la directora de la Encuesta de Cultura Política, Rosa Cañete, afirmó en su momento que la pérdida de confianza en la democracia puede cambiar y que se han conseguido mejoras a través de la participación ciudadana y las decisiones políticas, la valoración negativa de prácticas partidarias en el país tiene hondura de raíces en el pasado. Prueba al canto aparece con lo que en el siglo 18 sostuvo como descripción del político dominicano Francisco Moscoso Puello, escritor e investigador, a los que veía como «una casta especial de hombres inficionados de un egoísmo morboso que amaban apasionadamente la hacienda pública».

Y mucho más recientemente, el sociólogo Frank Marino Hernández, ya desaparecido, calificó (una hipérbole que solo procede para ovejas negras) al político dominicano de «prepotente, con afanes de nombradía y de posiciones destacadas sin haber trabajado para acumular méritos. Para salir del montón anónimo de este país hay que tener un cargo, no importa cual» (citas del libro «Los dominicanos, de Ángela Peña).

DECADENCIA GLOBAL

El Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), con sede en Estocolmo, sostuvo apenas el año pasado que la mitad de los gobiernos democráticos del mundo están en declive, mientras que los regímenes autoritarios profundizan su represión. Han sido socavados por problemas que van desde las restricciones a la libertad de expresión, hasta la desconfianza en la legitimidad de las elecciones.

«Este declive se produce cuando los líderes electos enfrentan desafíos sin precedentes, tales como la guerra de Rusia en Ucrania, la crisis del costo de la vida, una recesión global inminente (en ese entonces) y el cambio climático», añadió IDEA.

Argumentó, además, que el descenso de la democracia global incluye el descrédito de sus fundamentos, por la desilusión de los jóvenes con los partidos políticos, por los «líderes inaccesibles, corrupción indoblegable y el surgimiento de partidos de extrema derecha que han polarizado la política». Reveló que en los últimos cinco años están estancados los índices del Estado Global de la Democracia (GSoD). De mal en peor hasta en Estados Unidos, donde están amenazadas las libertades civiles por la radicalización partidaria y la disfunción institucional.